POLLITOS EN FUGA
(Chiken run)
Jueves 13 de
julio
2000/
Estados Unidos, Francia
|
Duración: |
83 minutos, hablada en inglés
con subtítulos en castellano |
Dirección: |
Peter Lord y Nick Park |
Guión: |
Charles Bennett, D.B. Wyndham-Lewis,
A.R. Rawlinson y Edwin Greenwood |
Fotografía: |
Simon Jacobs y Andy MacCormack |
Música: |
Harry Gregson-Williams y John
Powell |
Montaje: |
Robert Francis, Tamsin Parry
y Mark Salomon |
Dirección artística: |
Tim Farrington |
|
LA PELICULA
El
dúo británico de Nick Park y Peter Lord parece haber
ganado algo más que elogios en esto de hacer criaturas en
plastilina y arcilla. Estos dos señores de más de
cuarenta, que con sus historias animadas del geniecillo Wallace
y su sufrido perro Gromit supieron cautivar a la audiencia de la
BBC y que ganaron tres Oscar y varios premios por sus cortos de
animación, no sólo tienen a sus pies a DreamWorks,
la compañía de Steven Spielberg y del ex Disney Jeffrey
Katzenberg –coproductores de Pollitos en fuga–, sino
que con una técnica artesanal de animación cuadro
por cuadro resultan un libro de sugerencias para la industria de
la animación en Hollywood.
Fanáticos reconocidos de Toy Story, inspirados en El extraño
mundo de Jack (Tim Burton), sacudieron el tablero con la primitiva
técnica conocida como stop-motion, la animación cuadro
por cuadro en la que debieron filmar una por una todas las poses
de los personajes. Y eso no es todo: los pacientes y talentosos de
Park y Lord moldearon a las ovíparas gallinas con sus propias
manos. El resultado es contundente. Una opera prima casera en su
técnica, ejercitada en el estilo, madura y deliciosa en su
tono.
Basada en El gran escape de John Sturges, la historia de Pollitos
en Fuga no sólo tiene puntos en común con la película
protagonizada por Steve McQueen en 1963, sino que adapta situaciones
y elementos clásicos de las archiconocidas películas
sobre huidas de cárceles. Resulta gracioso reconocer en Rocky,
el gallo von vivant, estrella de circo y antihéroe, al valiente
McQueen que supo dirigir el escape de la prisión construyendo
un túnel bajo tierra. Pero en Pollitos en Fuga nuestras gallinitas
intentarán escapar del Mal por el aire, a fuerza de ensayo
y error.
Todo ocurre en una siniestra granja en York, Inglaterra, allá por
los años cincuenta. Decenas de gallinas viven aterradas por
las directivas de su ama, la Sra. Tweedy que, como si de un campo
de concentración se tratara, las obliga a poner huevos en
tiempo y forma, y las castiga cuando merma la producción.
Es por esto que las aves se armarán de valor para atravesar
aquel enorme alambrado que las separa de la libertad, e intentarán
hacerlo con los medios que tienen a mano. Entonces prueban esconderse
debajo de la ropa de un espantapájaros para terminar quedando
a la vista de su cínica dueña, y utilizan una botella
de agua caliente como trampolín para saltar la cerca. Porque
la cuestión es esa: saltar la cerca. La gallina activista
es Ginger, quien arenga a sus compañeras con frases del tipo "También
tenemos cercadas las mentes". Está también el
gallo anciano, que se jacta con condecoraciones como oficial del
ejército en sus tareas aéreas y la férrea y
voluptuosa gallina que cual Penélope teje todo el tiempo.
Pero pronto llegará el personaje estelar que a vuelo de pájaro
aterriza en la granja desde el aire: Rocky, el "gallinero solitario",
el yanqui que alardeará con sus técnicas de vuelo,
que en el fondo hablan de su triste performance en su número
circense de gallo-bala. Rocky seducirá a todas las damas emplumadas
con promesas de enseñarles cómo volar para atravesar
la maquiavélica cerca de alambre de púa.
Con una subtrama de romance, con el macabro plan de la Sra. Tweedy
de convertir a las aves en deliciosas tartas de pollo y con un escape
engorroso pero inolvidable, la historia sorprende escena tras escena,
sin que decaiga la atención. Y como lo hicieron en su primer
corto, donde gorilas, osos e hipopótamos discutían
con los visitantes del zoológico sobre la vida en cautiverio,
Park y Lord no sólo hablan de ciertas asfixias cotidianas
de los hombres, sino que las muestran con un humor desopilante, sin
estruendos y con múltiples niveles de lectura que permiten
que chicos y grandes se rían –o sonrían– de
lo uno o lo otro. Además, quien mejor que Nick Park para mostrarnos
escuadrones gallináceos: su familia tenía gallinas
como mascotas y en plena adolescencia, es decir varios años
antes de guardarse en el bolsillo un flamante contrato por cinco
años con DreamWorks (por el que acabará embolsando
125 millones de dólares), supo trabajar en una empacadora
de pollo. Cosas del destino.
Karina
Noriega
|