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Edipo Rey  
ojos negros

Edipo Re

Drama
1967 / Italia.

Duración: 99 minutos, hablada en italiano con subtítulos en castellano.
Dirección: Pier Paolo Pasolini.
Guión: Luigi Scaccianoce, basado en la tragedia de Sófocles.
Fotografía: Pier Paolo Pasolini y Giuseppe Ruzzolini.
Música: Pier Paolo Pasolini.
Intérpretes: Silvana Mangano, Franco Citti, Alida Valli, Carmelo Bene y Julian Beck.
 

Mikhalkov Edipo o el hombre moderno

Cuando Pasolini filma Edipo Rey en 1967, se solía leer a Mircea Eliade, en “El mito del eterno retorno”. De ahí probablemente parte la lectura que Pasolini hizo de Edipo y que filmó en Turquía. Su aproximación no proviene de Freud, sino de la antropología de la religión y de su preocupación social, y es por eso que el prólogo sitúa el nacimiento de Edipo en una villa lombarda de la Italia presfascista y el epílogo lo ubica, ya ciego y errante, en la Bolonia de los años sesenta.
Pasolini coloca a su Edipo en cuatro coordenadas de calado ético y social: ceguera y destino, caos y destrucción social.

Injustamente, Edipo es maldecido por el destino antes de su nacimiento: será esposo e hijo de su madre, padre y hermano de sus hijos, asesino de su padre. Y por ello es abandonado en medio del desierto para que muera. Sin embargo, ese mismo destino decide que no ha de ser así, y Edipo es recogido y adoptado por los reyes de Corinto. Ciego ante esa verdad que desconoce, Edipo crece feliz y orgulloso de sí mismo por ser el hijo de los reyes, con la ceguera inconsciente de la juventud alevosa. Pero, enfrentado al misterio insondable del oráculo, éste le desvelará su terrible destino.
Edipo, horrorizado, confundido acerca de sus orígenes, ciego ante una verdad que no conoce, decide abandonar a quienes cree sus padres para eludir ese destino: esto no hará sino acercarlo a él. Como en el cuento persa, el destino le aguarda al final de la huida.

Pasolini sitúa a su Edipo con los ojos cubiertos en cada cruce de caminos. Gira sobre sí mismo, inconsciente, cegado y el destino lo lleva, lo va llevando insensiblemente hasta el crimen de Layo. Por una minucia y un orgullo mal entendido, Edipo encuentra a su verdadero padre y le da muerte, ignorando también su verdadera identidad: es decir, lo mata ciegamente. Envalentonado, mata también a la Esfinge que aterroriza a los tebanos y recibe el premio-castigo prometido: casarse con la reina Yocasta, su madre. Edipo la ama fogosamente, furiosamente. Sin saber que es su madre, en ella encuentra todo lo que desea, y ella en él. Pero el desorden ético, moral y social se hace presente cuando aparece la peste y mueren animales, hombres, niños en toda la ciudad. ¿Quién, dice Edipo, es responsable de todo esto? Continúa ciego e inconsciente, ignorando que es él el origen del caos y de la destrucción.

Cuando aparece Tiresias y le previene sobre la cruel verdad, Edipo no cree que va a incriminarle, y provoca al viejo: le exige que hable. Y cuando habla el ciego profeta, el único que ve lo que no es aparente, Edipo ya no puede seguir estando ciego.
Yocasta, horrorizada por el crimen, se ahorca y Edipo, que ahora ve la realidad, se ciega. Es la paradoja del mito. Toma el alfiler del vestido de su madre-amante y se arranca los ojos.
Desde el momento en el que conoce la verdad, Edipo debe errar por el mundo. Pero el Edipo de Pasolini acabará en las calles de la Bolonia de los años sesenta, porque su Edipo es un hombre contemporáneo, que se ve arrastrado, inerme, por un destino que desconoce, ante el que está ciego. Y ese hombre nunca llega a saber que él mismo es el causante del caos que se desata en el mundo, y cuya destrucción él ha originado. El hombre moderno es un hombre ciego, que desoye las voces del destino; un hombre que, vendado, gira sobre sí mismo y toma a ciegas un camino sin saber hacia dónde es conducido: siempre ciego, y siempre inconsciente de lo que vendrá. Hasta que el caos y la destrucción se asientan en su vida, quebrándola. Entonces ve. Y empieza a recorrer el mundo, ya olvidado de sí mismo.