Presentación
de La nave va, por Federico Fellini
Nikita Mikhalkov es actor y director de cine, uno de los representantes
de la perestroika. Comenzó como actor a fines de la década
del cincuenta. Luego, por un tiempo, conjugó esta labor con
la de director hasta que se consolidó, con gran éxito,
en esta última faceta.
Su
labor cinematográfica
La nave va es mi decimoctava película. La escribí hace
algún tiempo con Tonino Guerra porque tenía que entregar
una idea a no me acuerdo quién. Después de dos o tres
días de charlas indecisas y de confidencias desganadas, escribimos
el guión en sólo tres semanas. Si tres semanas les
parecen pocas para hacer un guión, tengan en cuenta que desde
las primeras ideas sobre la narración al comienzo del rodaje
han pasado tres años, lo que me parece un tiempo suficientemente
largo para garantizar la espera de una película no del todo
indigna.
Como puntualmente me pasa desde hace unos quince años, la
convivencia demasiado larga con el proyecto de una película
acaba por volverla odiosa: intento apartarla de mis pensamientos,
no quiero hacerla. Y este es el momento en que se hace. Ahora que
La nave va está acabada, ya no estoy en condiciones de decir
cuáles eran mis sentimientos originarios. Sólo existe
la película: lo que quería hacer es como si se hubiera
disuelto. Me acuerdo de que hablaba de personajes con un encanto
fantástico, como el que tienen las fotografías de personas
desconocidas. Decía que quería hacer una película
al estilo de mis primeras obras, y por tanto tenía que ser
en blanco y negro, más aún, rayado, con manchas de
humedad, como un hallazgo de cinemateca. No sé qué queda
de estos propósitos en la película, porque, en el momento
de rodar, las cosas se presentan de forma providencial según
las formas de siempre.
Esta vez es posible que haya tardado un poco más de lo normal
en la elección de las caras. Me parecía necesario encontrar
rostros que pudieran parecerse verdaderamente a los personajes que
ya no existen, desaparecidos en el tiempo. Y he pensado que tal vez
actores de otros países, de otra sociedad, de usos y costumbres
distintos, pudieran expresar mejor este tipo de remota lejanía,
de conmovedora extrañeza.
He rodado durante 14 semanas con 120 actores y centenares de figurantes
en 8 plateaux de Cineccitá, donde se han construido 40 decorados.
He utilizado 64.000 metros de negativo. La película dura 2
horas y 12 minutos, que son 3.650 metros. Ahora la película
está acabada. Un amigo que la ha visto me ha dicho que es
terrible. Tal vez lo ha dicho para alegrarme porque cree que un autor
se siente muy halagado cuando le dicen que ha hecho algo que da miedo.
Pero éste no es mi caso. Tengo la impresión de que
es alegre, una película que da ganas de hacer inmediatamente
otra.
Cómo
escogí a algunos pasajeros de mi nave:
Cuando Guidarino me presentó a Barbara Gefford, se esmeró en
decirme que era una “V.I.P.”, que debía comportarme
bien, no tratarla con excesiva familiaridad. Guidarino es realmente
severo. Cada vez que lo llevo a Londres adopta la actitud, las maneras
reticentes de un gran señor inglés consternado por
arrastrar tras de sí a un bruto, un salvaje. La “V.I.P.” tenía
un bello rostro de reina mala, me pareció que tenía
la autoridad, la agresividad, la arrogancia, el orgullo de pavo real
de la Cuffari.
En cuanto a Jill Bennet... Hace más de diez años que
deseo volver a verla. En mis archivos de Roma tengo una fotografía
suya de hace 15 años, y que siempre miro fascinado. Es menuda
de estatura, pero camina con unos pasos suaves de pantera, y no se
percibe que es pequeña. En la entrevista, dijo cosas inteligentes
y muy simpáticas sobre mi trabajo. Tenía un fuerte
magnetismo. Le describí el personaje de la princesa ciega,
añadiendo en el último momento que también es
vidente. Rió divertida, después se quedó seria,
grave, con una mirada vacía, apagada, y la sonrisa suave y
dulce de los que no ven. Casi tenía ganas de aplaudir. En
la puerta, me tendió la mano para que se la bese como a una
reina, me miró fijamente con grandes ojos fosforescentes,
ojos de bestia salvaje nocturna, un poco maltrecha por la vida del
circo y, con una voz que venía del vientre, baja y profunda,
me dijo que quería absolutamente ese papel.
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