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La nave va  
ojos negros

E la nave va

Drama
1983 / Italia

Duración: 122 minutos, hablada en italiano con subtítulos en castellano.
Dirección: Federico Fellini.
Guión: Federico Fellini, Catherine Breillat y Roberto De Leronardis.
Fotografía: Guiseppe Rotunno.
Música: Gianfranco Plienizio.
Intérpretes: Freddie Jones, Barbara Jefford, Jill Bennet, Victor Poletti, Peter Séller y Elisa Mainardi.
 

Mikhalkov Presentación de La nave va, por Federico Fellini

Nikita Mikhalkov es actor y director de cine, uno de los representantes de la perestroika. Comenzó como actor a fines de la década del cincuenta. Luego, por un tiempo, conjugó esta labor con la de director hasta que se consolidó, con gran éxito, en esta última faceta.

Su labor cinematográfica

La nave va es mi decimoctava película. La escribí hace algún tiempo con Tonino Guerra porque tenía que entregar una idea a no me acuerdo quién. Después de dos o tres días de charlas indecisas y de confidencias desganadas, escribimos el guión en sólo tres semanas. Si tres semanas les parecen pocas para hacer un guión, tengan en cuenta que desde las primeras ideas sobre la narración al comienzo del rodaje han pasado tres años, lo que me parece un tiempo suficientemente largo para garantizar la espera de una película no del todo indigna.

Como puntualmente me pasa desde hace unos quince años, la convivencia demasiado larga con el proyecto de una película acaba por volverla odiosa: intento apartarla de mis pensamientos, no quiero hacerla. Y este es el momento en que se hace. Ahora que La nave va está acabada, ya no estoy en condiciones de decir cuáles eran mis sentimientos originarios. Sólo existe la película: lo que quería hacer es como si se hubiera disuelto. Me acuerdo de que hablaba de personajes con un encanto fantástico, como el que tienen las fotografías de personas desconocidas. Decía que quería hacer una película al estilo de mis primeras obras, y por tanto tenía que ser en blanco y negro, más aún, rayado, con manchas de humedad, como un hallazgo de cinemateca. No sé qué queda de estos propósitos en la película, porque, en el momento de rodar, las cosas se presentan de forma providencial según las formas de siempre.

Esta vez es posible que haya tardado un poco más de lo normal en la elección de las caras. Me parecía necesario encontrar rostros que pudieran parecerse verdaderamente a los personajes que ya no existen, desaparecidos en el tiempo. Y he pensado que tal vez actores de otros países, de otra sociedad, de usos y costumbres distintos, pudieran expresar mejor este tipo de remota lejanía, de conmovedora extrañeza.

He rodado durante 14 semanas con 120 actores y centenares de figurantes en 8 plateaux de Cineccitá, donde se han construido 40 decorados. He utilizado 64.000 metros de negativo. La película dura 2 horas y 12 minutos, que son 3.650 metros. Ahora la película está acabada. Un amigo que la ha visto me ha dicho que es terrible. Tal vez lo ha dicho para alegrarme porque cree que un autor se siente muy halagado cuando le dicen que ha hecho algo que da miedo. Pero éste no es mi caso. Tengo la impresión de que es alegre, una película que da ganas de hacer inmediatamente otra.

Cómo escogí a algunos pasajeros de mi nave:


Cuando Guidarino me presentó a Barbara Gefford, se esmeró en decirme que era una “V.I.P.”, que debía comportarme bien, no tratarla con excesiva familiaridad. Guidarino es realmente severo. Cada vez que lo llevo a Londres adopta la actitud, las maneras reticentes de un gran señor inglés consternado por arrastrar tras de sí a un bruto, un salvaje. La “V.I.P.” tenía un bello rostro de reina mala, me pareció que tenía la autoridad, la agresividad, la arrogancia, el orgullo de pavo real de la Cuffari.

En cuanto a Jill Bennet... Hace más de diez años que deseo volver a verla. En mis archivos de Roma tengo una fotografía suya de hace 15 años, y que siempre miro fascinado. Es menuda de estatura, pero camina con unos pasos suaves de pantera, y no se percibe que es pequeña. En la entrevista, dijo cosas inteligentes y muy simpáticas sobre mi trabajo. Tenía un fuerte magnetismo. Le describí el personaje de la princesa ciega, añadiendo en el último momento que también es vidente. Rió divertida, después se quedó seria, grave, con una mirada vacía, apagada, y la sonrisa suave y dulce de los que no ven. Casi tenía ganas de aplaudir. En la puerta, me tendió la mano para que se la bese como a una reina, me miró fijamente con grandes ojos fosforescentes, ojos de bestia salvaje nocturna, un poco maltrecha por la vida del circo y, con una voz que venía del vientre, baja y profunda, me dijo que quería absolutamente ese papel.