Argentina en un callejón sin salida
No veremos recuperación real en los próximos años
Sin duda alguna, la pandemia que golpeó al mundo a inicios de 2020 determinó un colapso global del que todavía no logramos salir. La respuesta de los gobiernos al cerrar sus economías, restringir el tráfico de personas y decretar cuarentenas más o menos feroces, ha impactado negativamente sobre la vida de los individuos en su conjunto, produciéndose múltiples desequilibrios que no serán de fácil reversión.
Pero la coyuntura adversa no impactó de igual forma en todas las latitudes. Aquellos países, como Argentina, que estaban previamente excluidos del mercado de capitales, se vieron obligados a limitar sus políticas fiscales recurriendo para su financiamiento al agravamiento de las condiciones monetarias.
En materia de crecimiento, el impacto de la pandemia, sumado a la exageración en el uso de las restricciones y la ausencia de un mercado de capitales, hizo que la economía argentina colapsara estrepitosamente en relación con el resto del mundo. El PBI argentino cayó casi 4 veces lo que cayeron en promedio los PBI de los países emergentes.
En el caso argentino convergen dos factores. Uno de herencia, que puede apreciarse en el gráfico de abajo (línea de tendencia punteada); nos referimos a la recesión desde el tercer trimestre de 2015 y a un retroceso a los niveles de PBI del segundo trimestre de 2009. Y uno de coyuntura, que puede apreciarse en dicho gráfico (línea llena); nos referimos a la fuerte caída del PBI; esta variable se contrajo en el momento más duro de las restricciones al nivel del segundo trimestre de 2006.
La ausencia de un mercado de capitales ha sido muy cara para el país en términos de bienestar. La tasa de inflación se encuentra entre las más altas del mundo y el desequilibrio monetario que la genera es de carácter permanente. La pandemia determinó una reducción de la inflación en el mundo pero no en Argentina, puesto que nuestros graves desequilibrios se han mantenido más o menos constantes.
Frente a esto queda más que claro que los datos son dramáticos y dejan al descubierto por qué la pobreza alcanzó al 42% de la población en tanto se mantiene un desempleo oculto tras el amplio sistema de seguridad social. Si a esto le sumamos el hecho de que la caída del sector privado, productor de riqueza, resulta aún más profunda que la caída del PBI, el cocktail resulta más angustioso aún. No debemos olvidar que la expansión fiscal destinada a mantener el gasto público fue financiada por medio de nuevos impuestos y con el impuesto inflacionario cuyo pagador neto es el sector privado.
Frente a este escenario desolador, hablar de recuperación real se encuadraría en el campo del pensamiento mágico. Si la economía se desplazara hacia adelante a una tasa del 1% trimestral sobre las series desestacionalizada y de tendencia, lo que implicaría un crecimiento levemente superior al 4% anual, necesitaríamos 10 trimestres para alcanzar el máximo de la serie de tendencia del año 2015 y 12 trimestres para llegar al máximo de comienzos de 2018 de la serie desestacionalizada. Hasta allí no estaríamos hablando de crecimiento sino de recuperación. El crecimiento requiere inversiones y renovación del stock de capital, lo cual está lejos de alcanzarse.
Pensar en una recuperación y en un crecimiento permanente en un contexto dominado por el control de capitales, la inseguridad jurídica, la distorsión de precios relativos, el exceso de presión impositiva, la desmedida regulación y finalmente el desequilibrio monetario, no pasará de ser un mero spot publicitario.
Con este panorama, y cruzando los dedos, sólo podríamos experimentar una débil y coyuntural recuperación. En este aspecto, centrándonos en el desequilibrio monetario, el nivel de precios, desde el comienzo de la cuarentena, ha subido a casi la misma tasa que la base monetaria, en torno al 42%. El problema aquí radica en la expansión de los pasivos no monetarios del BCRA, los que, sumado a la base monetaria, alcanzan una tasa cercana al 57%. La baja trasmisión hacia el nivel de precios fue posible gracias a que, en forma transitoria, es decir mientras se hacían más rigurosas las restricciones sobre el comercio y la industria, la demanda de dinero subió.
Queda claro entonces que al levantarse los controles sobre la economía, la tasa de crecimiento del nivel de precios debería acelerarse hasta alcanzar el nivel correspondiente al histórico proceso de desmonetización argentino. No es de extrañar, por lo tanto, que en los próximos meses enfrentemos nuevamente tensiones sobre el tipo de cambio nominal. La incertidumbre electoral exacerbaría este proceso.
Si se confirmara ese nuevo proceso de desmonetización, el anhelo de una mejora en las condiciones de vida se vería truncado, consolidándose la situación de pobreza que observamos.
* Mariano Fernández
Máster en Economía, Ucema
Profesor de Economía, Ucema.