Llegar y que le reviente al siguiente
En lo que va de este siglo, el gobernar la Argentina parece consistir en liquidar todo recurso disponible de manera de seguir gastando cuanto se pueda —y más también— asegurándose de dejarle una bomba económica más grande y con la mecha más corta posible al sucesor. Un sistema productivo cada vez más destrozado, un Estado cada vez más fundido, impotente e imposible de manejar.
La gestión de Sergio Massa al frente del Ministerio de Economía es arquetípica de esta manera de concebir el paso por el poder. Con la expoliación tributaria habiendo alcanzado su culmen, la consigna fue demorar y potenciar el estallido endeudándose a como diera lugar para llegar a octubre, al costo de dejar al país en el territorio de lo inviable. Con las primarias a 120 días vista, el objetivo parece estar a mano pero de ninguna manera está asegurado. La alarmante evolución de siete variables se interpone en el camino. Ellas son la deuda en pesos del Tesoro, el desequilibrio cambiario (de precio y de flujo), los pasivos remunerados del Banco Central, la expansión monetaria, la declinante demanda de dinero y la sobre exposición al riesgo público del sistema bancario. Todos ellas están interrelacionadas y cualquiera de ellas puede ser el detonante prematuro del temido crac.
Los vencimientos de la deuda en pesos del Tesoro conforman una auténtica espada de Damocles para las pretensiones del ministro. La firme renuencia de los inversores a trasponer la frontera de fuego de las elecciones prefigura un desarme de carteras en pesos que resultaría fatal para sus aspiraciones. Y la imposibilidad de incrementar la financiación por esta vía deriva en una inevitable mayor emisión. El desequilibrio cambiario —un feroz atraso que ya no se discute— lleva a perder reservas sin pausa y acumular una monumental deuda de importación que degrada nuestra producción y amenaza nuestro abastecimiento más esencial. Con reservas netas propias en negativo —incluso computando el oro y los DEG—, el BCRA usa dólares de los depositantes para su giro cotidiano. Los pasivos remunerados de corto plazo del BCRA más que triplican la circulación monetaria y devengarán en los próximos doce meses intereses por el equivalente a más de U$ 40.000 MM (al TC oficial promedio proyectado). Obligado a renovarlos para no inundar de emisión, requerirán una continua suba de tasas para retenerlos, espiralizándose la masa de deuda. En cuanto a la expansión monetaria el desborde está jugado de antemano. La dinámica creciente de los pasivos remunerados, la compra de divisas correspondiente al programa dólar soja, la compra por parte del Central de bonos en pesos del Tesoro, y los adelantos transitorios al fisco llevarán al paroxismo la expansión de los medios de pago en moneda local (base monetaria amplia). Esa sobreoferta se combina con la caída de la demanda de dinero y su contraparte, la aceleración de su velocidad de rotación (la gente se desprende cada vez más rápido de la liquidez), mecanismo por el cual el público se transforma en una suerte de emisor secundario de moneda. Por último, la sobre exposición del sistema bancario al riesgo estatal, con $ 77 en manos del BCRA y del Tesoro —dos insolventes absolutos— de cada $ 100 depositados, lo ha dejado en extrema fragilidad ante un episodio de desconfianza. El hecho de que el principal deudor sea emisor del dinero no debiera consolarnos, pues podemos imaginar lo que significaría entonces un retiro de depósitos en términos de estallido cambiario/inflacionario.
A la vista de lo expuesto, no puede sorprender la aceleración inflacionaria. Aun más trascendente es el hecho de que están terminando de conjugarse tres elementos cruciales, componentes naturales de toda hiper. En primer lugar, la caída de la demanda de pesos comienza a quitar de la esfera de alcance del BCRA el manejo de la cantidad de dinero: el aumento de la velocidad de circulación hace las veces de la emisión, con la diferencia no menor de que ahora no es gobernada por la autoridad monetaria sino por la desconfianza del público (en la que inciden aspectos tanto racionales como emocionales). El segundo componente es el enorme volumen de la deuda cuasifiscal, lo que la convierte en una fuente autónoma —tampoco gobernada por el BCRA— y creciente —una auténtica bola de nieve— de expansión monetaria. Por último, a estas altas tasas de inflación se incorpora al problema la lógica e inevitable indexación de toda la economía, que funciona como una rueda de realimentación inflacionaria.
Si bien la conformación de estos tres componentes nos estarían colocando al comienzo del camino hacia una nueva hiper, la cercanía del cambio de gobierno morigera su incidencia y podría conceder un tiempo extra, que una nueva administración deberá no desperdiciar, atacando las causas del problema con determinación.
Aun descartando la amenaza hiperinflacionaria en lo inmediato, la escalada plantea otros dilemas de la mayor trascendencia para el futuro próximo. Es que a estos niveles de inflación, con tasas de interés negativas, bancos sobre-invertidos en riesgo público y tensiones crecientes, cabe preguntarse en qué momento comenzarán a resentirse los depósitos en pesos.
Agustín A. Monteverde
es profesor de Economía (UCEMA) y consultor económico (Massot, Monteverde & Asociados).