Costos del ajuste contra costos del desajuste
El trabajo de un buen economista, al menos en términos de lo que nos explicaba Frédéric Bastiat, es advertir sobre aquellas cosas que no se ven fácilmente cuando se habla de economía. Friedrich Hayek, en la misma línea de Bastiat y siguiendo una tradición que empezó con Adam Smith, nos enseñó sobre las consecuencias no intencionadas de las acciones, tanto individuales de las personas, como de los gobiernos en tanto hacedores de políticas públicas.
El ejemplo que eligió Bastiat fue el de la vidriera rota de un panadero. Lo que la gente ve con facilidad cuando un chico arroja una piedra contra la vidriera de una panadería es que ahora aquél deberá ir al vidriero a pedir un nuevo ventanal para su negocio. Gracias a este nuevo ingreso, el vidriero irá a comprar nuevas vestimentas, o le dará la plata a su hija para que compre una bicicleta. Siguiendo la cadena de gastos, podemos terminar pensando que la rotura del vidrio al final significó un enorme impulso para la economía, haciendo girar la rueda del consumo y de la producción.
Pero Bastiat venía a traer malas noticias. La compra del nuevo ventanal tiene asociado un costo de oportunidad. Es decir, lo que el panadero tuvo que gastar en el negocio de vidrios fue lo mismo que dejó de gastar en comprarse un nuevo traje, o en agarrar el auto e ir a pasear a Mar del Plata.
Como Bastiat, los economistas suelen ser los que traen las malas noticias. Y esto es especialmente así cuando hablamos de política y política económica. Una frase popular reza que la primera regla de la economía es que existe la escasez y, por lo tanto, es necesario elegir e incurrir en costos de oportunidad. A renglón seguido, se sostiene que la primera regla de la política es ignorar la primera regla de la economía.
Ahora bien, uno puede –como decía Rothbard- ignorar las leyes de la economía. Pero lo que no puede hacer es ignorar las consecuencias de ignorar las leyes de la economía. Y eso es lo que pasa en Argentina.
En la coyuntura actual, donde el gobierno de Javier Milei intenta llevar adelante un ajuste fiscal sin precedentes, en conjunto con la liberalización de precios antiguamente regulados, muchos son los que exaltan los costos que estas políticas están teniendo. Ahora bien, la discusión está incompleta si a los costos de hacer el ajuste no se los compara con los costos de no realizarlo.
Por ejemplo, podemos decir que Argentina, por no haber tenido las cuentas fiscales en orden en el pasado reciente (es decir, producto de las “políticas de desajuste”), se transformó en un líder global en materia de inflación. Entre el año 2014 y el año 2024 (proyecciones aquí del FMI), el país osciló entre el puesto número 2 y número 9 del ranquin mundial de inflación.
Por si esto fuera poco, las políticas de desajuste llevaron también a la crisis de deuda del gobierno de Macri, que –entre otras cosas- hizo saltar el riesgo país desde 350 puntos (en diciembre de 2017) a 1750 puntos (diciembre de 2019), y triplicó el valor nominal del dólar.
Durante la gestión Fernández-Fernández, las políticas de desajuste continuaron, incluyendo un “acuerdo con los acreedores” que implicó un recorte en el pago de la deuda. En esta época, el dólar pasó de $AR 72 a $AR 990. El riesgo país llegó a alcanzar un máximo de 2027 en el último año de la presidencia de Alberto.
Todo lo que comentamos aquí no son simples “numeritos en el Excel”. Los saltos del tipo de cambio, la inflación récord y un riesgo país increíblemente alto tienen efectos concretos en la economía real, que en términos per cápita está por debajo de los valores de… ¡2013!
Además, el salario real -del sector privado registrado (aclaración no menor)-, entre noviembre de 2017 y noviembre de 2023 cayó también un 15%. Es decir que, si la economía cae producto de las políticas del desajuste, el costo es un menor poder de compra del salario y un mayor nivel de pobreza.
Por si esto fuera poco, tenemos que traer a la discusión el célebre y ya clásico análisis de los profesores Edwards y Dornbusch, quienes explicaron que el populismo macroeconómico atravesaba cuatro etapas. La primera era la etapa del auge, donde las políticas de expansión fiscal y monetaria daban los resultados esperados, haciendo crecer la economía, como hacía crecer la demanda la rotura de la ventana del panadero. La segunda etapa es donde aparecen los “cuellos de botella”. Allí, para controlar las consecuencias no deseadas del empuje fiscal y monetario, los gobiernos pisan los precios, pero esto da lugar a todo tipo de escaseces y restricciones.
Finalmente, vienen la tercera y la cuarta etapa, que son respectivamente la de la crisis y la del ajuste ortodoxo. Es decir que, de acuerdo con la evidencia empírica y el estudio de numerosos procesos de populismo macroeconómico en la historia, el ajuste ortodoxo –es decir, lo que está viviendo Argentina hoy- tampoco es algo antojadizo. Es la consecuencia inevitable del desajuste previo. Son los costos que hay que pagar por el mal manejo de administraciones anteriores, tal como cuando en una empresa se toman malas decisiones de inversión, o en una familia se toman malas decisiones de consumo. Nada es gratis.
Para ir cerrando, es innegable que el ajuste fiscal, monetario y la liberación de precios regulados genera costos de corto plazo. Como anticiparon Edwards y Dornbusch, veremos un salto de la tasa de inflación, una caída del salario real y un descenso del nivel de actividad económica. Pero estos costos no deben ser comparados con una situación ideal que no existe ni existía antes de la llegada de Milei al poder, sino con los costos de seguir manteniendo un esquema de permanente desajuste.
La comparación entre ambos escenarios es la siguiente. El ajuste actual, al menos, promete que el mal trago presente se compensará con una economía más estable y creciendo en el futuro. La alternativa era continuar en la decadencia, solo posponiendo en el tiempo este ajuste ortodoxo, o bien terminando –si se buscaba “profundizar el modelo”- como la pobre Venezuela: en un caos de hiperinflación y dictadura.
Frente a estas alternativas, es un alivio que los argentinos nos hayamos inclinado por la propuesta de la ortodoxia.
Iván Carrino
Investigador Asociado del centro FARO de la Universidad del Desarrollo, en Chile, profesor universitario y consultor de empresas.