Perspectivas (CEA)

La inflación no se corrige con la policía

Autor
Juan Luis Bour
Mes/Año
05/2021
La inflación no se corrige con la policía

Columna Perspectivas del mes de mayo 2021. Esta sección del Centro de Economía Aplicada (CEA) de la UCEMA provee un análisis de destacados economistas con orientaciones y enfoques diferentes respecto de los problemas económicos de nuestro país y el mundo

 

La inflación se aceleró desde fines del año pasado, promediando 4.1% mensual (Total País) desde diciembre hasta abril, con la inflación núcleo en 4.4% mensual. La aceleración no fue un fenómeno aislado de un subconjunto pequeño de precios sino una característica generalizada reflejada tanto por la inflación núcleo (más del 70% de los precios) como por el índice de difusión (ID) de precios de FIEL*: en los últimos 6 meses (noviembre-abril), 83% de todos precios relevados aumentaron mes a mes, mientras que solo 10% de los ítems (básicamente frutas, verduras y otros precios volátiles como tarifas de alojamiento turístico y pasajes) presentaron bajas de un mes a otro. Ello indica que una abrumadora mayoría de precios se mueve hacia arriba, en particular en los últimos dos meses en que el ID trepó al 88% con solo 5% de precios que registraron bajas. Esa es precisamente la definición de inflación: un aumento del nivel general de precios, no un fenómeno que se limita a un precio o a algunos precios. Y esa característica lleva ya 15 años desde que se instaló en 2007.

La inflación es por lo tanto hoy un fenómeno generalizado y de tendencia creciente en los últimos meses a pesar de que un subconjunto de precios “regulados” se utiliza para anclar el nivel general. Por lo tanto la visión oficial de que hay algunos precios que “se escapan” -la carne, el pan y la nafta- y explican todo el aumento, carece de asidero. Veamos un poco más de cerca los datos “duros” utilizando el índice de FIEL que permite desagregar. En estos 6 meses los bienes experimentaron una inflación promedio mensual de 4.2%; si excluimos la carne la inflación de bienes cae 0.2 puntos porcentuales a 4% mensual. Por lo tanto la carne -todo tipo de carne, vacuna, porcina, aviar, pescados- no es el motor o driver de la inflación. Es más, cuando el precio de la carne (o de cualquier otro bien o servicio) sube más que el resto, los consumidores sustituyen el producto o reducen directamente el consumo de esa variedad, con lo que el producto pesa menos en nuestra canasta de consumo (aunque nosotros no hagamos la corrección estadística). En rigor, cuando el precio aumenta no solo consumimos menos por ello sino también por muchos otros factores que hacen que consumamos menos de casi todo: en el último año cayeron el empleo y los ingresos reales y el consumo privado se desplomó 13.1%.

Del mismo modo que la carne no explica la inflación, tampoco lo hacen las tarifas de electricidad, gas y agua, el boleto del ferrocarril y de los colectivos o el precio de los servicios de salud, todos precios congelados o que crecieron por debajo del promedio general. Algunos precios regulados o intervenidos por el gobierno sin embargo crecieron más que el promedio en el último año, como es el caso de los combustibles líquidos o los alquileres. En el primer caso algo tiene que ver la combinación de devaluación con el aumento en el precio del petróleo, mientras que en el segundo caso la explicación corre por cuenta de una intervención estatal en el mercado de viviendas que redujo la oferta de propiedades en alquiler mientras se mantuvo o subió la demanda (¿habrán pensado en ello los legisladores antes de votar, o habrá que impartir un curso rápido de economía básica?).

Aun cuando la inflación no se explica por aumentos puntuales de la carne, la soja o el pan, las autoridades insisten en definir una estrategia antiinflacionaria que consiste en tratar de frenar precios caso por caso. Es decir, independientemente de la situación de cada mercado y de los factores que pueden llevar a que casi todos los precios suban mes a mes, se proponen topes para cada vez más productos con la expectativa que ello derrame en un freno de la inflación promedio, o de los demás precios. El problema es que en economía las intervenciones afectan la oferta y la demanda de cada producto, y así como en el caso del mercado de viviendas pueden reducir la oferta o generar un drástico ajuste en los precios de nuevas propiedades en alquiler, en el caso de la carne pueden inducir a retener hacienda, y difícilmente lograrán que los panaderos vendan a pérdida.

Como congelar muchos precios es complicado e induce a la creación de mercados negros en los que la población debe pagar precios más altos, la política pública también ha optado por congelar o desacelerar el ajuste de otros precios a costa de que los mercados que interviene también se vean afectados. Ello incluye al mercado de cambios (el crawling peg mensual se ubica en mayo 2.2 puntos por debajo de la inflación mensual), el mercado de trabajo (se procuran ajustes de salarios nominales que se ubiquen entre 7 y 9 puntos por debajo de la inflación anual) y el mercado financiero (la tasa de política monetaria se ubica en mayo 11 puntos por debajo de la inflación interanual).

La estrategia antiinflacionaria se resume pues en “anclar” la inflación con estas variables que crecen más despacio, y sumar a ello un subconjunto de precios freezados para forzar la estabilización. Si la estrategia fuera parte de un programa económico que convenciera a los agentes económicos, de una rápida convergencia al equilibrio fiscal primario, cerrando acuerdos sostenibles con los acreedores -multilaterales, bilaterales y privados- y restableciendo una política monetaria consistente con la estabilidad y el fortalecimiento del sistema financiero, habría espacio para creer que estamos en camino de un proceso de estabilización con medidas temporarias rústicas en espera de una mejora de los fundamentos. Quedaría todo por hacer en el plano microeconómico -desarmar regulaciones que traban el comercio, el ahorro, la inversión y la reasignación de recursos- pero todavía podría lograrse algún nivel aceptable de estabilidad.

En ausencia de un programa macroeconómico de mediano plazo en cambio se corre el riesgo de coordinar expectativas de fracaso y explosión en algún momento, ya sea en la forma de un salto en las variables nominales y/o de una nueva implosión de la actividad económica. El problema quizás es que se confunde anclar un subconjunto de precios con anclar las expectativas, ya que estas últimas requieren algo más que decisiones arbitrarias que se sospechan insostenibles en el tiempo. Cuanto más diverjan las expectativas de los agentes y de las autoridades -y a juzgar por el desprecio del ministro y del Banco Central por el REM** todo indica que las autoridades temen que los pronósticos se hagan realidad-, menor la efectividad de los instrumentos de política económica. En ese caso la estabilización será más costosa.

* Índice de precios al consumidor en la Ciudad de Buenos Aires.
** Relevamiento de Expectativas de Mercado del Banco Central.