Una crisis bancaria en la era digital
Tres de los cuatro colapsos bancarios más importantes en la historia de EEUU ocurrieron en marzo (uno de ellos recién reconocido en mayo al fracasar la búsqueda de un comprador). En paralelo, un banco suizo emblemático, Credit Suisse, debió ser absorbido, de apuro y con fórceps, por UBS, su principal competidor. ¿Qué se puede decir de la crisis bancaria de 2023? Primero y principal, que no afectó el buen funcionamiento del sistema. La viabilidad del modelo de negocios de los bancos regionales en EEUU está en la picota, pero nada les impide permanecer abiertos. Credit Suisse era una institución financiera sistémica global, y como tal tenía un plan de liquidación prestablecido, pero bastó con descartar su riesgosa aplicación, e inclinarse por una solución ad hoc (que virtualmente monopoliza los servicios bancarios en Suiza) para que no hubiera una convulsión posterior. Con precisión, la crisis fue un examen de estrés a escala global; exhaustivo, sincronizado, y bajo condiciones reales. No se trató de una simulación en papel, y no lo impulsó la banca central. Fueron los mercados, sin preaviso y de urgencia. El sistema lo aprobó. Y fracasó, como se dijo, apenas un puñado de entidades. Aun así, la arquitectura del sistema es vulnerable y su diseño debe fortalecerse.
Afirmar que no se produjo una crisis bancaria (sistémica) no equivale a decir que no pasó nada. La velocidad de la corrida de los depositantes del Silicon Valley Bank (SVB) fue pasmosa, y sin antecedentes. Un día la entidad presentó un plan para fortalecer su posición de capital y al siguiente perdió 42 mil millones de dólares en depósitos. El día posterior se lo cerró porque no podía hacer frente al retiro de otros 100 mil millones (de un total pre-crisis de 209 mil millones). Así opera, o deja de operar, la banca en la era digital y de las redes sociales. ¿Cómo se logró maniobrar la liquidación de tres entidades con más de 550 mil millones de dólares de depósitos y evitar el contagio? Se atacaron los focos de perturbación con precisión y presteza. No se trató de una crisis de crédito sino de volatilidad de fondeo y liquidez (lo que facilitó sobremanera su tratamiento). Desde el primer momento, las autoridades hicieron saber que ningún depositante – cubierto o no por la garantía del seguro de los depósitos – perdería un centavo. Y así fue también en Suiza. Si bien no se modificó el régimen formal – que fija un tope asegurado de 250 mil dólares por titular por entidad – la promesa tácita calmó a los clientes corporativos e institucionales. En simultáneo, la banca central asumió decidida su rol de prestamista de última instancia. La FED ofreció asistencia elástica a través de la ventanilla de redescuento, una facilidad a un año de plazo creada especialmente, y hasta swaps de monedas. La única exigencia para el acceso a sus líneas es la presentación de colateral equivalente (habiéndose eliminado el aforo para los títulos del Tesoro).
Téngase presente que la FED elevó su tasa de interés de 0,25% en marzo de 2022 a 4,75% un año después, cuando se desató la turbulencia en los bancos (hoy se ubica en 5,25%). Una cartera de bonos del Tesoro perdió aproximadamente 20% de su valor en la transición. El banco SVB cayó en la trampa del descalce de plazos – una posición de bonos largos del Tesoro financiada con depósitos de corto plazo – que se complicó por partida doble. Por la suba agresiva de tasas y por la fuga de los depositantes no asegurados. ¿Cómo se logró estabilizar la situación? La promesa de garantía universal frenó la corrida. Y a los activos se los dotó de liquidez. Contra garantía de Treasuries, la FED presta hasta la totalidad de su valor nominal (que es mayor que su valor de mercado, por el aumento de las tasas) ya que el Tesoro no supone riesgo de crédito.
Cerrados los bancos SVB y Signature en marzo, el único banco que no pudo reunir el colateral suficiente – First Republic – arregló un depósito de 30 mil millones de dólares con once bancos, liderados por JPMorgan. Dos meses más tarde hubo que liquidarlo y JPMorgan se quedó con los depósitos, y buena parte de sus activos. La FDIC, la corporación que administra el seguro de los depósitos absorbió unos 30 mil millones de dólares de quebrantos, fruto de las tres liquidaciones. Contaba en diciembre con un fondo de 128 mil millones de dólares para contingencias. Las primas del seguro – que pagan los propios bancos - se ajustaron ya para reponerlo.
¿Cuánto condicionó la turbulencia bancaria a la política monetaria en su misión de poner la inflación a raya? No hay rastros de interferencia. Como la liquidez excedente se esteriliza, las condiciones monetarias se ajustan a través de cambios de las tasas de interés. Después del accidente y antes que terminara marzo, la FED, el Banco Central Europeo, el Banco de Inglaterra y también el Banco Nacional de Suiza resolvieron otra ronda de suba de tasas. En Canadá y Australia, los bancos centrales que se habían tomado un respiro condicional volvieron a gatillar aumentos. El proceso de aterrizaje suave – que exige sintonizar la política monetaria con los avatares de la inflación y la actividad económica para moderar a una sin dañar a la otra – continúa su curso. Existe sí el temor a una contracción crediticia, lo que podría aliviar la tarea restrictiva de la FED. Más allá de las escaramuzas recientes, desde 2022 los indicadores económicos anticipados vaticinan una recesión. De confirmarse, se acentuarán los riesgos que enfrenta el sistema. De hecho, la retracción inmobiliaria y los cambios que generó la pandemia a favor del trabajo remoto, erosionan ya el desempeño de la cartera hipotecaria comercial, pero sin que ello se convierta en un elemento de perturbación relevante hasta el presente.
En perspectiva, la novedad saliente de los tiempos que corren es la ausencia de una crisis bancaria bajo condiciones adversas extremas, muy cambiantes y prolongadas. No hubo una conmoción cuando estalló la pandemia en 2020, la economía global se encerró en cuarentena y la producción colapsó. Ni siquiera en las economías emergentes. Por el contrario, el sistema financiero contribuyó a la rápida recuperación real con una oportuna expansión del crédito a contramano del ciclo. No se produjo un crac en 2021 cuando se disparó la inflación a 7% ni en 2022 cuando la política monetaria ajustó las clavijas como nunca desde los años de Paul Volcker (arrastrando consigo a las tasas de largo plazo). La invasión rusa a Ucrania, las sanciones a Moscú y el shock de la energía y las materias primas sumaron tensión en los mercados financieros, pero tampoco condujeron a un descarrilamiento. En consecuencia, nadie pide un nuevo régimen de Basilea (a diferencia de la crisis de Lehman que obligó a un replanteo profundo del marco regulatorio). Lo que sí falló espectacularmente fue la fiscalización bancaria en EEUU. Y no al nivel de la inspección sobre el terreno. Las falencias graves en los bancos SVB y Signature habían sido detectadas por su supervisor específico un año antes de eclosionar pero ninguna decisión se adoptó en concreto para remediarlas. Y esa peligrosa desidia en el seno de la FED no encuentra un justificativo válido.
Sin embargo, la ausencia de una crisis sistémica no prueba la existencia de una arquitectura sin flancos vulnerables. El talón de Aquiles de Basilea III es la creación de un espacio ciego de intermediación financiera – fuera del sistema bancario pero adyacente, y a veces complementario– que requiere una mejor identificación temprana de su operatoria. El sistema “en las sombras” – donde funciona un amplio colectivo de intermediarios no bancarios (hedge funds, fondos de money market, private equity y venture capital, compañías de seguros, etc.) – asume riesgos que la banca deja de lado debido a los altos costos que impone su regulación específica (en materia de requerimientos de capital y liquidez). En ese lado oscuro de la actividad se gestaron los traspiés de Credit Suisse en 2021 – los dramas de Greensill Capital y Archegos Capital – que finalmente cavaron la senda de la desconfianza que llevó a su caída posterior. Es un milagro que la suba agresiva de tasas no haya provocado un aluvión de quebrantos similares en 2022 y 2023, pero no se sabe tampoco por qué. Urge podar esa maleza, desactivar los estímulos al arbitraje regulatorio y tener una visión más comprensiva de los riesgos de crédito del sistema total.
Siaba Serrate es graduado de la Maestría en Economía, consultor en Economía y Finanzas, y columnista de Ámbito Financiero.