Patologías y atraso cambiario
Columna Perspectivas del mes de agosto 2021. Esta sección del Centro de Economía Aplicada (CEA) de la UCEMA provee un análisis de destacados economistas con orientaciones y enfoques diferentes respecto de los problemas económicos de nuestro país y el mundo
Desde abril la actividad ha vuelto a caer mes tras mes. En mayo el EMAE mostró una contracción de 9,1% frente al mismo mes de 2019 (último año no afectado por las medidas de aislamiento). El daño alcanza tanto a la oferta como a la demanda; todos los indicadores de consumo retroceden. El indicador más indubitable del ritmo de actividad, la recaudación del IVA DGI, en los primeros siete meses del año se derrumba en términos reales 16,3% respecto de igual período de 2019.
Nuestra economía se empobrece sin pausa, declinación paulatina interrumpida tan sólo por periódicos espasmos tendientes a reacomodar las variables de la ficción a la que las someten las medidas oficiales, que parecen contentarse con maquillar o tapar la realidad hasta después de las elecciones.
El primer aspecto que deseo destacar es que el carácter patológico de nuestra toma de decisiones —la de los gobernantes elegidos y la del soberano elector— ha terminado afectando también el criterio profesional, a riesgo de convertirnos en meros cronistas de los padecimientos de nuestros compatriotas.
En 1991, la pobreza afectaba a 16,5% de la población. En los años que le siguieron todos nuestros partidos políticos impulsaron medidas para “acabar” con ella. Hoy, bien medida, supera 50%. ¿No será hora de que dejemos de transigir y denunciemos con claridad y firmeza que esas medidas para atacar la pobreza —omnipresentes en toda plataforma electoral— son, precisamente, las responsables de su crecimiento explosivo?
Analizar en detalle si la próxima crisis, si el próximo tarascón a nuestra riqueza nacional, vendrá antes o después de los comicios, nos tiene ahora a todos ocupados. Pues claro, ello es importante para saber si afectará o no el desempeño electoral del gobierno. Estudiamos entonces el poder de fuego de que disponen el BCRA y el Tesoro para lidiar con un cuadro de variables cada vez más tenso: bonos soberanos en poder del BCRA, reservas netas, margen de operación en futuros, DEG a recibir del FMI, eventuales acuerdos con organismo multilaterales… Todo entra en el análisis para determinar “si llega o no” (el gobierno). Nadie parece preocuparse por el despilfarro de esos últimos recursos que nos quedan, de esas postreras joyas de la abuela. Ningún clamor se alza por quienes deberán pagar la fiesta de los bonos malvendidos, de los DEG desperdiciados, de las reservas vaciadas, del sobreendeudamiento fiscal y cuasifiscal y los gravosos intereses. La Argentina es ese país en el que los ciudadanos contemplamos con imperturbable atonía cómo los integrantes de la clase política —oficialistas y opositores— luchan por conquistar el poder para pasar así a vivir a costa de su sector productivo, dispuestos a devorarle hasta las vísceras.
Ahora bien, puestos a analizar “si llega o no”, el factor crucial es el cambiario. Y deseo en este respecto atraer la atención sobre lo que considero un error en el análisis, común entre respetados referentes de la comunidad profesional que —a la vez que reconocen la creciente tensión— sostienen que no hay atraso del tipo de cambio oficial. Que en lo que va del año las importaciones crezcan en volumen ocho veces lo que nuestras exportaciones y que para sacar capitales del país los tenedores estén dispuestos a pagar 70% por encima del dólar oficial los tiene sin cuidado, pues fundan su aserción en la evolución del tipo de cambio real multilateral.
Nuestras objeciones al respecto son varias. En primer lugar, esa fórmula deposita una confianza algo excesiva en los registros de inflación. Aun suponiendo que esté medida con precisión, todos sabemos que estamos en un país de inflación reprimida, aunque mejor cabría decir postergada. Tan sólo en estos últimos siete meses, los precios regulados marcharon casi veinte puntos por detrás de la inflación núcleo. Pero la mordaza a la inflación no empezó este año.
Mucho más importante aun, la fórmula de tipo de cambio real multilateral no tiene en cuenta la feroz pérdida de productividad que ha sufrido nuestra economía a manos de un entorno regulatorio imposible, de una carga impositiva demencial, de sobrecostos logísticos y laborales, de auténticas aduanas internas, y “peajes” profusos y variados. Tampoco tiene en cuenta la escandalosa inseguridad jurídica, que ha convertido en dudosos los derechos de propiedad.
En verdad, no se puede comprender que se sostenga que no hay atraso cambiario cuando la voz sagrada de los mecanismos de precios lo proclama a gritos: si de manera sistemática los segmentos cambiarios libres se encuentran por encima del tipo de cambio oficial, necesariamente hay atraso cambiario. Los tipos de cambio no informan solamente sobre diferenciales de inflación entre países. También incorporan los sobrecostos y las condiciones del clima económico, jurídico y político. Por esa razón hay brecha entre los segmentos libres y el oficial. Y si hay brecha, hay atraso.
Pero no acaba ahí la cuestión. Los precios de la economía —entre ellos, el tipo de cambio— informan algo más. No nos hablan sólo de la inflación, la caída de productividad y el deterioro habido del clima de negocios. Los precios son, siempre, expectativas sobre el futuro. No se trata solamente de que nuestra coyuntura es delicada. Nuestra economía también es inviable hacia adelante. El desequilibrio estructural del gasto estatal hace inevitable la expansión monetaria, el endeudamiento y la presión tributaria crecientes. Los datos de AFIP, de ANSES, del BCRA y de Migraciones indican que la Argentina se ha convertido en un país del cual el capital financiero y también el humano se van, y el tipo de cambio forma parte del pasaporte de salida.
Por último, los segmentos cambiarios libres están muy contaminados —condicionados— por el mercado oficial mediante diferentes vasos comunicantes. La realidad cambiaria argentina se aprecia mejor a la distancia, en Nueva York, la principal plaza cambiaria del planeta, donde las “manos amigas” o la intervención local del mercado informal —mediante ventas en pesos de bonos soberanos nominados en dólares— no mueven el amperímetro. He ahí la realidad de nuestra moneda y de las expectativas sobre nuestro futuro. La Argentina tiene un serio atraso cambiario. Que supera con holgura la brecha. Y esto lo sostenemos sin adentrarnos en otras cuestiones, como calcular un ratio de convertibilidad distribuyendo la base monetaria amplia —la base más los pasivos remunerados del Central— entre cada dólar de reservas netas propias; un cálculo que arroja, más que un tipo de cambio de convertibilidad, un número de teléfono.