Perspectivas (CEA)

¿Cuáles son las posibilidades de “éxito” del “Plan Massa”?

Autor
Fernando Navajas
Mes/Año
09/2022
Fernando Navajas

En los últimos días y al calor de una tenue recuperación del precio de los activos internos, incluyendo el peso, han empezado a aparecer preguntas, en voz baja o alta, sobre si el cambio en la conducción económica, con la asunción de Sergio Massa del Ministerio de Economía, no estaría generando un período de estabilidad y recuperación que sea suficiente para llegar bien a las elecciones generales del año próximo, lo cual sería la “métrica” que esta visión usa para definir “éxito”. Los datos económicos vienen muy mal en materia de inflación y si bien todavía no han tenido un punto de inflexión en cuanto a actividad y empleo, lo relevante es que todo este desempeño se monta sobre datos de fundamentales fiscales y financieros muy precarios. Frente a estos fundamentales, la “función de reacción” de política económica que ahora se ensaya -más allá de estar mejor basada en un apoyo político que no pudieron tener los dos ministros anteriores- se basa en un diagnóstico sacado del manual del cepo cambiario, un esquema de represión cambiaria y financiera que fue una marca distintiva del kirchnerismo tardío. Según este diagnóstico, faltan dólares porque los comportamientos especulativos que llevan a una alta brecha cambiaria impiden una correcta liquidación de divisas del sector exportador.

Este diagnóstico es muy emblemático de una forma de entender (o más bien no entender) cómo funciona una economía descentralizada. Así como hace más de 15 años se decía “falta energía” porque no había oferta (en vez de entender que se trataba de precios intervenidos bajos) ahora se dice faltan dólares en vez de decir que sobran pesos y que el precio del dólar oficial está bajo. Los paralelismos son llamativos. Para “resolver” el problema de la falta de oferta de energía se inventaron precios a medida en los denominados plan gas. Ahora para resolver el faltante de dólares hay que hacer lo mismo, es decir generar un dólar a medida de algún producto o sector que se llama a liquidar divisas. Un esquema como este no sobrevive el escrutinio, tanto como señal de precios como por sus consecuencias fiscales y financiera a mediano plazo. Produce liquidez de divisas transitoria, pero todo lo que viene atrás viene mal. El BCRA opera exactamente al revés (es decir, vende caro y compra barato) de un esquema de tipo de cambio dual o múltiple como el que analizó Dornbusch en Multiple Exchange Rates for Commercial Transactions (1986) inspirado, curiosamente, en el peronismo de fines de los 40. Hay un efecto fiscal negativo y también otro cuasi fiscal atrás, dado que la acumulación de reservas de corto plazo se hace -para una dada demanda de pesos- con emisión que debe esterilizarse de forma onerosa. Como si esto no fuera poco, las “ventanillas” del rent seeking sectorial se abren o multiplican, porque todos los exportadores quieren iguales términos.

Es decir que se trata de un mal esquema de política económica. Sin embargo, es visto como algo que logra sacar a la economía de una crisis de reservas a través de flujos transitorios hasta que se tomen otras medidas. Hasta que nos demos de cuenta que no hay otras medidas, o que las otras medidas adolecen de supuestos irrealizables. Entre ellas se encuentra el otro gran ingrediente o comodín del Plan Massa, que es la eliminación parcial de los subsidios a la energía. Esto no es sostenible en la actual configuración político-económica pues implicaría elevar sustancialmente el precio, en dólares, que paga la demanda, dado el recorrido que observamos y esperamos de los precios internacionales de la energía. La misma devaluación, que ahora está alineada a la inflación para cerrar un atraso cambiario acumulado en los últimos dos años, implica indexación y subas extraordinarias de tarifas que van a chocar con la realidad en un año electoral. Subir tarifas y eliminar subsidios, no está mal, pero sus posibilidades y efectos dependen del contexto macro. El problema es que los atrasos tarifarios acumulados en medio de, además, un atraso cambiario y con una crisis del precio internacional del gas van a chocar mal con la orientación político-electoral del gobierno.

Desde un punto de vista analítico, la conclusión es que el plan Massa es muy endeble. ¿No podrá matizarse con una evidencia histórica que le asigne mejores chances que las que dicta el pizarrón? ¿No será la envidia de los economistas académicos sobre cómo la política puede resolver las cosas lo que los sesga a darle una baja nota al Plan Massa? ¿No ven que estamos en un nuevo contexto en que los datos van a mejorar? Lamentablemente, la historia tampoco ayuda a calificar este buen momento de corto plazo que se quiere ver. En rigor, la historia de los episodios, sub-episodios o aun incidentes de la política económica de, digamos, los últimos 75 años tienen muchos de esos momentos en donde efectos de corto plazo producen señales tales que, dado el sesgo cortoplacista prevaleciente, hacen creer a muchos observadores que las cosas están corriéndose o yendo bien cuando en realidad la tendencia subyacente es muy mala. Esta suerte de hipótesis de mejoría o estabilización termina siendo luego falsificada, a veces violentamente, por una dinámica o patología subyacente que, de manera silenciosa o no tanto, va haciendo su trabajo para dejar al desnudo desequilibrios insalvables, dentro del “régimen” de política económica prevaleciente. Libros de narrativa histórica y análisis económico como el que acaban de editar Gerchunoff, Heymann y Jauregui: Medio siglo entre tormentas. Fluctuaciones, crisis y políticas macroeconómicas en la Argentina 1948-2002 (2022), con 11 capítulos dedicados al análisis de diversos programas para enfrentar distintas coyunturas globales y locales, ilustran -más allá de que uno esté o no de acuerdo con el enfoque, diagnóstico, método o contenido de los capítulos- muchos de esos momentos fugaces en lo que se cree que todo va bien cuando en realidad va muy mal. De hecho, uno podría decir que esa es una de las líneas nítidas que conectan a todos los capítulos del libro, que contiene una colección de momentos fugaces. Este del plan Massa luce cómo que va a engrosar esa lista.

En suma, ni el análisis riguroso ni la historia nos dan fundamento para sostener que este esquema va a ser exitoso según su propia (y acotada) definición de éxito. Si no les gusta el análisis riguroso, tengo a cambio la historia. Y la historia es bastante aleccionadora con respecto a dinámicas como la que estamos viendo ahora y lo precario que resulta ser un esquema de política que navega en un contexto de grandes desequilibrios y elevada volatilidad política y social. Todo esto no descalifica, simplemente reflexiona usando lo que hay que usar, en vez de emitir expresiones de deseo. Uno quisiera que le vaya bien al país. Pero con eso no alcanza.