¿Esta economía llega a octubre del próximo año?
El Plan Massa para "aguantar y llegar" tuvo un importante éxito inicial: logró evitar chocar con el iceberg debido fundamentalmente a la puesta en marcha del canje de deuda de agosto (que descomprimió vencimientos por $2.1 billones) y el dólar soja de septiembre (que permitió adelantar liquidaciones de los exportadores de soja por u$s8,100 M y sumar ingresos fiscales por más de $400 mil M). Pero estas y otras medidas adoptadas por el Ministro, que generaron alivio en el corto plazo y permitieron comprar tiempo, también tuvieron sus efectos colaterales negativos y complicaron el manejo económico futuro.
El Gobierno se encamina así a transitar su último año antes de las elecciones generales con problemas internos en la coalición gobernante, una extravagante política económica y tres problemas macro de gran envergadura. La falta de dólares, con un Banco Central de escasas reservas, cuando -según nuestros cálculos- hay necesidades de divisas hasta marzo por unos u$s8,000 M. Serias dificultades de financiamiento del Tesoro cuando hasta fin de 2023 hay que afrontar 7.5 billones de pesos de vencimientos de deuda doméstica en manos del sector privado. Y un altísimo grado de nominalización de la economía que no se observaba hace décadas. En este contexto, "aguantar y llegar" tal vez sea factible, pero ciertamente no será fácil.
Con respecto al primer problema macro (la escasez de dólares), no hay dudas de que los dólares no alcanzarán en los próximos meses para atender las elevadas necesidades de divisas, máxime cuando la sequía promete reducir fuertemente el flujo de dólares de los próximos meses. Según nuestros cálculos, entre noviembre y marzo de 2023, hay pagos en dólares que realizar por alrededor de u$s13,000 M cuando el superávit comercial caja -la única fuente de divisas- será del orden de u$s5,000 M. O sea, habrá un faltante de unos u$s8,000 M al tipo de cambio oficial de hoy de $163. Tipo de cambio que, en términos reales y multilaterales, se encuentra un 27.7% por debajo del tipo de cambio promedio histórico y ya es un 12.5% inferior al tipo de cambio real multilateral de diciembre de 2021.
En cuanto al segundo problema macro (el de financiamiento del Tesoro en el mercado doméstico), las cosas se volvieron a complicar. El estrés de financiamiento se hizo evidente en las colocaciones de deuda de octubre y noviembre. En el bimestre previo, con un mercado bastante fluido, el Tesoro colocó bonos por $1 billón 230 mil M cuando vencía deuda por $384 mil M, logrando un financiamiento neto por sobre vencimientos de $846 mil M. Pero con la retracción de la demanda de títulos que se produjo en octubre y lo que va de noviembre, el Tesoro colocó apenas $393 mil M y como hubo vencimientos por $321 mil M, obtuvo un financiamiento neto de solo $72 mil M. Con el mercado de deuda local mostrando señales de estrés y saturación, el Tesoro tiene que afrontar vencimientos de deuda por $5.9 billones entre noviembre y abril, cifra que trepa a unos $15.7 billones ampliando el período hasta diciembre de 2023 (la mitad de los cuales están en manos privadas), lo que hace prever un camino complejo e incierto hasta las próximas elecciones.
En cuanto al tercer problema macro con el que habrá que transitar hasta octubre 2023 (una inflación estacionada muy cerca de los tres dígitos anuales), no caben dudas que es muy elevado el grado de nominalización de la economía por la inercia inflacionaria, la indexación de contratos en plazos cada vez más cortos, las paritarias con ajustes salariales del 100%, la devaluación a un ritmo de 6.5% mensual (113% anualizado), y por la actualización tarifaria, que ya hubo y deberá haber más.
A lo anterior se agrega una política monetaria absolutamente "esclava" de la fiscal, donde el M3 privado crece al 80% interanual y al 5.9% promedio mensual en el último trimestre (a una tasa anualizada de 99%) y donde sigue cayendo la demanda de dinero, con el M2 privado transaccional retrocediendo 16% en términos reales desde enero de este año y ubicándose en 8% del PBI, en torno a los niveles mínimos de los últimos 20 años. Con una oferta de dinero creciente por el financiamiento monetario al Tesoro (directo e indirecto) y una elevada tasa de inflación esperada (determinante clave de la demanda de dinero), el congelamiento de precios de 1800 bienes por cuatro meses probablemente tendrá un efecto efímero, dando lugar a alguna baja transitoria de la inflación en diciembre y enero. Pero lo cierto es que el congelamiento de precios es siempre un instrumento antiinflacionario complementario, estando hoy ausente el instrumento esencial: un plan de estabilización.
En resumen, hay problemas de magnitud. Se pierden reservas internacionales. Hay dificultades crecientes para financiar el sector público. Y el grado de nominalización es altísimo, con un nivel de actividad que de ahora en adelante tiende a languidecer y un congelamiento de precios, que es más un ardid transitorio que un instrumento poderoso, el cual esperábamos fuera implementado más cerca de las elecciones. Prima una extravagante política económica de fuerte intervencionismo estatal, con un Gobierno preocupado exclusivamente en atenuar los síntomas de los problemas sin atacar sus causas, donde además de los obstáculos antes descriptos, aparecen desafíos adicionales como la sequía y el riesgo de que vuelvan a acentuarse los cortocircuitos internos del oficialismo.
La dinámica de los problemas macro impone grandes dudas. ¿Será factible llegar a octubre 2023 sin un caos económico (y social) mayor al actual? Tal vez, aunque para ir evaluando si se llega o no hay que monitorear diariamente la evolución de las reservas en el BCRA, la expansión de la base monetaria, el financiamiento del Tesoro en el mercado de deuda local, la evolución del déficit cuasi fiscal y el riesgo de un tercer shock monetario. No hay ningún colchón para aguantar otro shock monetario como el que hubo cuando, primero, el BCRA salió a comprar bonos del Tesoro al desplomarse la demanda de títulos en pesos en junio-julio y, luego, cuando hubo que emitir para comprar los dólares de la soja a $200 en septiembre.
Para concluir, no es novedad para los lectores de este informe que nuestro país ha sufrido una larga decadencia y que esta compleja coyuntura se enmarca en un contexto de aceleración de esa decadencia. A principio del siglo XX el PBI per cápita de la Argentina era similar al de los países de altos ingresos y hoy representa apenas 1/3 del ingreso per cápita de esos países. Si desde 1975 nuestro país hubiera crecido como el promedio mundial, hoy el PBI per cápita de los argentinos sería 2.2 veces el actual. Y como si fuera poco seguimos en declive: el PBI per cápita de 2022 es un 12% inferior al de 2011 y la caída del PBI por persona ocupada es aún mayor. Un factor central para entender nuestro largo fracaso en materia de crecimiento económico es la alta volatilidad macroeconómica argentina: el país ha tenido 23 crisis macro en los últimos 60 años que dejaron profundas cicatrices en la tasa de crecimiento potencial. En este contexto, la estabilidad macroeconómica es una condición necesaria para salir de la "trampa de la decadencia", aunque no alcanza solo con la estabilización. Para que esta vez sea diferente la Argentina requiere un cambio de rumbo copernicano y profundas reformas estructurales.
Por Miguel Ángel Broda
Lic. en Economía, UCA; Master in Economics, University of Chicago. Socio y director ejecutivo del Estudio Económico-Financiero M. A. M. Broda y Asociados.