Perspectivas (CEA)

Sobre la Persistente Inflación en Argentina

Autor
Javier García Cicco
Mes/Año
12/2021
Sobre la Persistente Inflación en Argentina

Columna Perspectivas del mes de diciembre 2021. Esta sección del Centro de Economía Aplicada (CEA) de la UCEMA provee un análisis de destacados economistas con orientaciones y enfoques diferentes respecto de los problemas económicos de nuestro país y el mundo

 

Argentina es un país de inflación crónica. De los últimos 70 años, en solo 13 tuvimos una inflación promedio anual de un dígito, y en 49 años la inflación argentina estuvo en el 10% superior a nivel mundial (entre los países incluidos en la base de datos del FMI), incluyendo 15 de los últimos 20 años. No solo tenemos una la inflación elevada y persistente, sino que en general somos uno de los países con mayor inflación en el mundo.

Es frecuente escuchar discusiones sobre las causas de la inflación, mencionando muchas veces que es un fenómeno multi-causal (término que, para ser honesto, diría que se usa casi exclusivamente en Argentina). ¿En qué sentido esto es así? La evolución mes a mes del IPC es muy difícil de predecir con exactitud; en cada mes hay factores puntuales que explican en gran medida la variación del índice en ese mes particular. Por ejemplo, en un mes puede haber un cambio en un precio regulado que hacía varios meses no cambiaba, en otro mes tal vez se acordó un aumento salarial en algún sector y esto en parte impacta en esos precios, al mes siguiente puede haber aumentado el precio internacional de algún bien importado, en ocasiones hay movimientos en el tipo de cambio que se trasladan a los precios, etc. Así, cuando uno intenta seguir bien de cerca el número de la inflación mes a mes, es probable que deba considerar la evolución de un gran número de variables. Esto lleva a muchos a abrazar teorías puntuales que apuntan a distintos determinantes en principio independientes, refiriéndose así a un fenómeno multi-causal.

Pero si la inflación está causada por factores tan variados, a primera vista aislados, que afectan a algunos precios un mes y a otros el mes siguiente, ¿cómo puede ser que la variación promedio de los precios (la tendencia en la inflación) siempre sea muy parecida de un mes a otro, como si hubiera una sincronización detrás de estos determinantes tan diferentes? La explicación más probable es que la evolución de todos estos determinantes, aparentemente desconectados, es en gran medida el reflejo de algún fenómeno común que tiene un gran impacto sobre las decisiones de quienes eligen a qué precio vender. En otras palabras, aunque a simple vista -incluso con algunas herramientas estadísticas- la variación mes a mes del IPC parezca explicarse por factores bien diversos; la inflación promedio a lo largo del tiempo, o la tendencia en la inflación, tiene una causa principal detrás.

¿Cuál es esa causa? La explicación más sucinta que conozco corresponde a Tom Sargent, profesor de economía en NYU y ganador del premio Nobel en 2011: "La inflación persistentemente elevada es siempre y en todo lugar un fenómeno fiscal, dónde el banco central es su cómplice monetario." En otras palabras, la raíz principal de la tendencia en la inflación es la configuración de la política fiscal: cuánto gasta el gobierno y cómo lo financia.

Existen diversos canales que explican la relación entre configuración fiscal y precios. El más directo es cuando el banco central gira dinero al gobierno para que éste financie alguna de sus obligaciones. La principal diferencia entre el financiamiento del gobierno y el de una empresa o familia es que el gobierno tiene una herramienta adicional: puede crear dinero aun cuando no esté respaldado por mayores ingresos. Y sobre eso tiene un poder monopólico que puede usar discrecionalmente.

Cuando este medio se utiliza de manera sostenida el valor de la moneda (medido en otros bienes, o relativo a otras monedas) va disminuyendo; por un simple argumento de exceso de oferta. Esto no es otra cosa más que decir que todos los precios expresados en pesos suben.

Esto no ocurre instantáneamente ni de forma sincronizada y depende, en gran medida, de si estas transferencias son percibidas como transitorias o más bien permanentes. Esto genera parte de la confusión sobre la multi-causalidad: los distintos actores económicos (empresas, trabajadores, consumidores, hogares, etc.) van reaccionando con distintas velocidades a este fenómeno, y esto puede lucir (incluso con ciertas herramientas estadísticas) como si cada cambio observado en los precios se debiera a causas distintas. Y si bien es cierto que cada uno de estos actores enfrenta decisiones algo diferentes, con características distintivas, todos están expuestos al accionar del mismo gobierno, y eventualmente terminan reaccionando; cada uno a su ritmo, pero terminan reaccionando.

Además de este financiamiento monetario directo, otro canal aparece cuando el gasto se financia de manera creciente con deuda. En situaciones donde comienzan a surgir dudas sobre la capacidad (o voluntad) de repago de esta deuda, quienes venían comprando esos títulos públicos no estarán tan dispuestos a seguir haciéndolo. Como consecuencia las tasas de interés aumentarán, incrementando las dudas sobre la capacidad de refinanciar la deuda y agravando más el problema. Esto pone presión sobre los precios y el tipo de cambio. Estos argumentos, estudiados originalmente por el economista argentino Guillermo Calvo en un trabajo de 1988, implican que los déficits sostenidos hacen a la economía más inestable, en el sentido de exponerla a cambios repentinos en la demanda por deuda del gobierno (ya sea en pesos o en dólares) que repercuten luego en la inflación.

Y no es necesario que los riesgos relacionados con el financiamiento público efectivamente se materialicen para que afecten al tipo de cambio y los precios. La mera expectativa de que esto eventualmente ocurra puede ser suficiente para afectar decisiones hoy. Además, una vez que aumentan estas dudas sobre la capacidad de repago, el problema ya no es solo uno de flujos (financiar el déficit actual) sino de stocks (el refinanciamiento de la deuda que está cercana a vencer). Y en esas situaciones no alcanza con políticas que solo ataquen el problema de flujo actual (por ejemplo, una ley de déficit cero); el problema del refinanciamiento de stocks es mucho más complejo.

En definitiva, en tanto las dudas sobre la capacidad de financiamiento no se disipen, seguiremos teniendo una inflación promedio elevada. Y en la medida en que estas dudas aumenten, no solo será elevada sino también creciente.

Este tipo de análisis lleva a muchos a recomendar dos acciones principales: establecer legalmente la independencia del banco central (de modo de prohibir el financiamiento monetario directo) y dar señales de mayor compromiso de honrar la deuda, tal vez con una nueva reestructuración, planeando un sendero de reducción gradual de las necesidades de financiamiento. Según este argumento, estas medidas provocarían más confianza, permitiendo refinanciar la deuda sin un costo inflacionario más elevado, y evitando también los costos que surgirían de un nuevo default.

Pero ese tipo de situaciones más auspiciosas ya han ocurrido en Argentina, y sin embargo encontramos la forma de volver a la encrucijada una y otra vez. ¿Por qué? Porque el déficit puede reducirse, al menos temporalmente, sin tomar decisiones sobre el gasto. Si la economía crece (tal vez por esa mayor confianza temporal, tal vez por una buena situación mundial que nos favorezca, o por otros motivos) los ingresos fiscales aumentan. Y eso lleva a quienes toman las decisiones de gasto a una situación más reconfortante, tentados a actuar como si esa mejora temporal fuera a durar por siempre.

Claramente este confort es temporal. Para que sea más permanente no alcanza con reducir el déficit por un mayor crecimiento inicial, es necesario que el nivel de gasto refleje fuentes de ingreso fiscal que sean sostenibles en el tiempo. Porque si no el alivio temporal eventualmente se evapora y estaremos de vuelta en la misma discusión que tenemos hoy.

Muchos argumentan que la independencia del banco central "ata de manos" al gobierno, forzándolo a resolver la situación fiscal. Pero en Argentina tenemos numerosas experiencias que indican que eso no alcanza, que una ley que prohíbe algo siempre puede ser modificada. Además, como mencionamos, el problema no es solo el financiamiento monetario directo; son los déficits elevados y persistentes. La independencia del banco central no es una varita mágica. ¿Prefiero tenerla? Sin dudas. Pero la solución más permanente sería un sendero de gasto acorde con ingresos fiscales sostenibles. En este sentido, medidas extremas como la dolarización, que de tanto en tanto se vuelven a proponer, estarían expuestas a estas mismas limitaciones (además de otras desventajas que la dolarización puede traer).

La discusión que los argentinos necesitamos tener como sociedad es sobre el tamaño del gobierno y la forma de financiarlo. Desafortunadamente, no creo que el público en general internalice esta disyuntiva: que con un gasto por encima de las fuentes de ingreso sostenibles hay mayores chances de tener inflación elevada y persistente. Claramente no forma parte del discurso político. Acabamos de tener una elección, donde los candidatos expresaban al unísono su deseo de bajar la inflación, pero también nos contaban sobre las mil y una formas con las planeaban gastar más. La historia nos enseña que estas dos cosas no pueden ir de la mano de forma permanente.

Es incluso contraproducente tener un discurso político que no se haga cargo de esta disyuntiva. Porque aun cuando un gobierno quiera tener una política monetaria más ordenada, incluso un banco central independiente, si resulta inconsistente con el resto del esquema fiscal a la larga las consecuencias son peores; como también ya hemos experimentado.

Esta discusión no es para nada sencilla, y debe resolverse como parte del proceso democrático y republicano. El gasto público tiene un rol no trivial en la sociedad, no es puro desperdicio, y por tanto no es obvio cómo reducirlo. Aunque sea complejo, no podemos esquivar esta discusión. Sería un gran avance que el discurso de política económica dejara de venderle a la población que se puede tener a la vez un gasto por encima de ingresos sostenibles y una inflación baja. Hacerlo es ignorar la naturaleza del problema, o directamente ser engañoso para lograr un rédito político. Orientar la discusión pública de la inflación en torno de esta disyuntiva sería sumamente positivo para el país.