Perspectivas (CEA)

“El verdadero trabajo que tiene que hacer la política económica argentina es ganarse la libertad de tener una política económica propia.”

Autor
Daniel Heymann
Mes/Año
11/2019
“El verdadero trabajo que tiene que hacer la política económica argentina es ganarse la libertad de tener una política económica propia.”

Tomas Marinozzi, colaborador del Centro de Economía Aplicada de la UCEMA, entrevistó a Daniel Heymann. Licenciado en Economía y licenciado en Física de la Universidad de Buenos Aires. Doctor of Philosophy in Economics, University of California, Los Angeles. Profesor titular, Universidad de Buenos Aires, Profesor de Economía, UdeSA. Miembro titular, Academia Nacional de Ciencias Económicas. 

Entrevista a Daniel Heymann

 

Caos en Latinoamérica.

Hay ruido en múltiples lugares, signo de que se está poniendo en cuestión al modo en que han estado funcionando las economías, y los sistemas sociales Parece abrirse un período donde estarán en discusión genéricamente aspectos básicos de la organización económica. En nuestro caso, estamos en una situación de crisis, con su marca característica del intenso acortamiento del plazo de decisiones. Al mismo tiempo, lo que ocurra en los próximos tiempos puede condicionar el futuro por un buen rato.

¿Se puede pensar en políticas de crecimiento de largo plazo cuando todo el tiempo estás lidiando con debacles de corto plazo?

Ese es un buen punto. Las incertidumbres inmediatas inhiben pensar más allá de lo urgente. Un problema básico que tenemos por delante es ir ampliando los horizontes de previsibilidad,  ya que es la única manera de generar decisiones de inversión y mecanismos de financiación razonables. Vale la pena recalcar que el ensanchamiento del horizonte hay que crearlo, no se te da con una maniobra mágica. Creo que se trata de buscar una acumulación paulatina de credibilidad, en la política económica, y en el potencial de crecimiento, que vaya induciendo una extensión del periodo de contratación, inversión y de las decisiones intertemporales en general. Por supuesto, esto implica cortar el proceso inflacionario, no necesariamente de un golpe, pero de manera sostenida Todo esto conlleva tiempo y esfuerzo y hay que mirar el proceso como lo que es, un operativo de acumulación y que requiere gran inversión social.

¿Hasta qué punto la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario?

Este tipo de aforismos puede confundir más de lo que ilumina. Ciertamente, un aumento de los precios en términos de dinero equivale lógicamente a una pérdida del poder de compra del dinero. Ahora, el precio de los bienes se determina en el mercado de bienes, generalmente a través de decisiones específicas de los respectivos vendedores,  seguramente en función de los niveles de costos y de percepciones sobre la demanda. No hay nada muy original ahí. Cuando se mira la determinación inmediata de la inflación, la atención cae naturalmente en los procesos de decisión individuales que configuran colectivamente el nivel general de precios. El dinero no entra ahí en forma automática, directa ni proporcional. Parece un gran simplismo suponer que aumentar x% la oferta monetaria lleva mecánicamente a que en  6 meses haya un aumento de x% en los precios de manera mecánica. Para que haya un efecto,  tiene que haber en todo caso  un mecanismo de transmisión mucho más complicado que eso.

Recíprocamente, la ausencia de impacto automático y proporcional no implica ausencia de vínculos  entre emisión de moneda e inflación. La inflación es un fenómeno agregado y, como dice la jerga, variables como los costos de producción de bienes y servicios son magnitudes endógenas, influidas por condiciones y políticas macroeconómicas. En la Argentina, con su historia inflacionaria que promueve desconfianza en la moneda nacional, y su alto grado de pass through de tipo de cambio a precios, expansiones monetario/fiscales exageradas pueden crear rápidamente condiciones de exceso de oferta de pesos que repercuten sobre el mercado de divisas, y se trasladan a precios vía la depreciación de la moneda.

Pareciera ser que naturalmente la Argentina tiene un pass through más alto que otros países de la región como pueden ser Chile o Perú, ¿por qué cree que se da?

En efecto, nosotros tenemos efectos de transmisión de tipo de cambio a precios más fuertes que en nuestros vecinos, donde aumentos del tipo de cambio nominal están principalmente asociados con depreciaciones reales. Un argumento tradicional es que nuestra canasta exportable intensiva en productos alimenticios hace a los precios internos al consumidor especialmente sensibles al tipo de cambio. En todo caso, un bien transable es un bien transable, sea importable o exportable, o sea que la relación con el tipo de cambio se daría con estructuras de comercio bien distintas. Lo que hay es evidencia de que el pass through se reduce cuando pasás de un régimen inflacionario a un régimen de baja inflación. Probablemente eso refleje un fenómeno de coordinación. En una economía inflacionaria, un impulso del tipo de cambio señala a compradores y vendedores que se puede prever un aumento sincronizado y considerable de costos y precios, de modo que esa expectativa desanima la búsqueda por parte de los demandantes y promueve ajustes por los oferentes. Por el contrario, cuando el mantenimiento de condiciones de estabilidad ha establecido una memoria de los precios nominales, habría más propensión a la búsqueda de los consumidores y reticencia de las firmas a quedar desalineados respecto de los precios del conjunto. En esa situación, por otro lado, el desacople de los precios respecto de las depreciaciones implica que el tipo de cambio real puede subir sin disminuciones apreciables de los salarios reales.

Si seguimos la secuencia tengo un problema; producto del pass through que tenemos, no queremos dejar que el tipo de cambio vuele, para eso usamos las reservas, en algún momento me quedo sin reservas, el tipo de cambio salta igual.

Efectivamente, ese es un gran problema. Lo vemos en las situaciones de presión cambiaria como la que hemos venido teniendo estos últimos años. Ese es un trade off que te pone en una situación muy precaria especialmente cuando tenés una demanda de dinero en caída. Entonces dejar correr el tipo de cambio te puede llevar a una dinámica inestable (el “miedo a flotar” es muy real), y por otro lado cuando se te van acabando las reservas estás a la deriva. No es nada fácil manejar una situación así.

¿Hay alguna distorsión en términos de bienestar al demorar la devaluación?

Mirá, en primer lugar, es muy difícil saber cuál es el tipo de cambio real de equilibrio (sostenible a mediano plazo, digamos). Hoy resulta bastante claro que el tipo de cambio de finales del 2015,  o finales del 2017- principios del 2018 estaba atrasado, con crecientes déficits en cuenta corriente en un contexto de un volumen de exportaciones estancado por largo tiempo. Mientras tanto, los atisbos de expansión generaban fuertes demandas de importaciones lo que le ponía un techo bajo al crecimiento. Para crecer necesitas un tipo de cambio que permita una suba sostenida de las exportaciones. Pero  acá un tipo de cambio excesivamente alto (como en condiciones de “overshooting” cuando se generan corridas cambiarias) se asocia con alta inflación, recesión económica y bajos salarios. Esta es también una disyuntiva que le compete gestionar a la política económica.

¿El cepo sirve para calmar la marea?

El cepo es una de esas maniobras que puede o no funcionar. Por ejemplo, tenés el caso de Malasia en la crisis asiática que con el control de cambio aparentemente logró calmar al mercado ante una corrida. Aquí, en los tiempos recientes  no se calmó el mercado, pero por lo menos se le puso una fricción a una avalancha en la demanda de divisas que estuvo amenazando derrumbar la economía. Dicho esto, en algún momento, pronto, hay que tratar de ir pasando de la lógica de la emergencia a una lógica de inicio de recuperación, donde se van desactivando las fuerzas desestabilizadoras de corto plazo y se empieza a dar señales de normalización económica. Eso implica administrar demandas múltiples  y muchas de ellas urgentes, como la renegociación (o reperfilamiento, si se quiere) de la deuda del gobierno, buscando sostenibilidad en un momento donde se han secado las fuentes de crédito. Las presiones sobre la política fiscal son evidentes, y en cualquier caso la operación del sector público va a requerir algún grado de financiamiento monetario. Es importante que eso se haga en dosis limitadas, para  evitar caídas ulteriores de la demanda de dinero. Es en ese sendero estrecho donde se va a tener que caminar para ir encarando un proceso de estabilización que trate a la vez los componentes fiscales y monetarios y las dinámicas de precios.  

Sin embargo, no recuerdo evidencia Argentina de planes de estabilización (para la inflación) gradualistas que hayan tenido éxito.

Conviene tener en cuenta las condiciones de partida y considerar la diferencia entre desinflación y estabilización. Hoy tenemos un proceso inflacionario muy agudo en una comparación internacional, y con signos de inestabilidad potencial, pero  que no ha alcanzado la intensidad de los que experimentamos en los años setenta y ochenta. En aquellos casos, resulta muy difícil encarar un programa gradual y sostenido. Pero, como también hemos experimentado, una desinflación apreciable puede quedar trunca y revertirse si no se consolida en bien definidos cambios de comportamiento públicos y privados. Y esto lleva tiempo. Tenemos casos como los de Israel y Perú, que bajaron inflaciones extremadamente fuertes rápidamente, pero no convergieron de inmediato a condiciones de estabilidad, sino que tomaron unos cuantos años en hacerlo. Por su lado, partiendo de una inflación “mediana” (del orden de 30% anual) países como Chile y Colombia llegaron a estabilizar con una transición paulatina. Experiencias como esas sugieren pensar en la estabilización como un proceso que requiere persistencia como componente básico, y donde puede ser posible combinar un movimiento definido hacia la estabilidad con el mantenimiento de márgenes de flexibilidad para las políticas económicas. En nuestro caso, nos ha faltado esa constancia.

Esto de la falta de constancia tiene mucho que ver con tener elecciones tras elecciones y también se relaciona con lo que llamamos ciclos de raíces políticas.

Somos un país con una tradición de fuertes pujas distributivas y amplias idas y vueltas de política económica (y de política a secas). No nos fue bien. En algún momento, tal vez reconozcamos colectivamente que nos conviene invertir en producir para nosotros mismos un bien público como la estabilización macroeconómica, que no es lo mismo que rigidez.

¿Dolarización, sí o no?

No comparto las propuestas de dolarización, más que por razones sentimentales o simbólicas, por motivos económicos. La política monetaria de Estados Unidos no tiene por qué servirnos a nosotros. Por otro lado, la consagración definitiva del dólar como unidad de denominación de contratos, en un país donde el tipo de cambio real naturalmente tiene que variar, genera conocidas y costosas fragilidades financieras. La renuncia a tener una moneda propia puede ser como un calmante, que te alivia en el corto plazo porque te desprendés de una sensación dolorosa de inestabilidad, pero que tiene efectos secundarios crecientes en el tiempo por la pérdida de autonomía para gestionar una economía que enfrenta condiciones y shocks específicos. El verdadero desafío que tiene la política económica argentina es ganarse la libertad de tener una administración  económica propia, pero eso requiere esfuerzo, arduo trabajo y sobre todo constancia.