La deriva autocrática

Autor
Constanza Mazzina
Medio
Clarín
Mes/Año
2 de abril de 2024
Constanza Mazzina

Las farsas democráticas, las elecciones sin competencia y sin oposición no deben ser legitimadas

Por los caprichos de la historia, el mismo día que Vladimir Putin conseguía su quinta reelección -con más del 87% de los votos-, nuevas protestas comenzaban en Cuba. Mediando los años noventa, América Latina había concluido su proceso de transición a la democracia. Solo quedaba esperar a Cuba. El fin de la dictadura parecía inminente e impostergable, pero no ocurrió. Así, Cuba se convirtió en un baluarte de resistencia al “imperialismo” y en un modelo a seguir.

Modelo que muchos siguen emulando, obviando y mirando para otro lado cuando se trata de las atrocidades de un régimen que no ha dado ningún resultado más que miseria y hambre. Convirtiendo el antinorteamericanismo en resistencia soberana, a inicios de los años 2000, la alianza entre Castro y Chávez desvaneció el optimismo democrático que había reinado al inicio de la transición. Bajo el manto piadoso del Foro de San Pablo, la deriva autocrática se fue afianzando y abriendo paso. La cumbre de Mar del Plata en el 2005 fue un hito en esta historia que merecería ocupar un capítulo en la Historia Universal de la Infamia, junto a aquellos infames que Borges retrató.

Así, se fue abriendo paso un proceso de desdemocratización que sacudió hasta sus cimientos a la democracia venezolana (y luego la nicaragüense) y, que al mismo tiempo, impidió la apertura democrática del régimen cubano. En aquellos años (2003 para ser precisos), Castro viajó a la Argentina, donde brindó una conferencia en la facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, acompañado por miles que vitorearon y aplaudieron al dictador. Mientras se ungían en castos defensores de los derechos humanos, festejaban las tropelías de una dictadura. Una dictadura sin piedad.

Con el paso del tiempo, Cuba fue exportando su modelo iliberal y anti-democrático. Castro había aprendido que no había que hacer la revolución, ni un golpe de Estado al estilo de las intentonas de Chávez, sino que, a través de la vía electoral, se podía llegar al poder y desarmar desde ahí adentro el propio andamiaje democrático. Cuando los ciudadanos se dieran cuenta, ya sería tarde. Y así fue. Bajo el paraguas del castrismo, la democracia de Venezuela, que había sido un modelo en el continente, se convirtió en una fachada para la consolidación de una nueva forma de autoritarismo.

El modelo iliberal se consolidó y cruzó fronteras, siguió avanzando y su retórica llegó también al otro lado del Atlántico. Hoy nos enfrentamos en silencio a dictadores de nuevo cuño. El modelo ruso, el modelo cubano y el chavista (devenido en ese personaje de revista de segunda mano que es Nicolás Maduro), tienen similitudes, y sobre todo, consecuencias similares. Cuba realiza elecciones, Putin también, pero nadie elige.

Es una caricatura, se eligen a ellos mismos. Calzan perfecto en el zapato autocrático: la autoinvestidura.

Por su parte, cercado por la presión internacional, Maduro había prometido la realización de elecciones abiertas, de hecho firmó un compromiso -el acuerdo de Barbados-, que por estas mismas horas está incumpliendo (otra vez), persiguiendo y deteniendo a los equipos de campaña de Maria Corina Machado.

Ella, al igual que tantos cubanos que salieron al grito de “¡Libertad!” en estos días, incluso arriesgando la propia vida, nos recuerdan que la lucha por la democracia no tiene fronteras, que las farsas democráticas, las elecciones sin competencia y sin oposición no deben ser legitimadas, y esperan que, al final del día, les digamos que ha valido la pena.