Manuel Belgrano: un ejemplo a imitar

Autor
Alejandro Gomez
Medio
El Economista
Mes/Año
15 de junio de 2022
Alejandro Gomez

Sería una pena no tener presente al Belgrano menos conocido, y que tenía una visión muy clara de cuáles eran los problemas a resolver

Seguramente para la mayoría de los argentinos, Manuel Belgrano solo es recordado por haber sido el creador de la bandera nacional y por su actividad político-militar en las guerras de la independencia entre 1810 y 1820.

Lo que es menos conocido es su actuación en los años previos a la Revolución de Mayo. Sobre todo, la etapa en la que se desempeñó como secretario del Consulado de Buenos Aires durante el Virreinato del Río de la Plata.

Unos años después de la creación del Virreinato, en 1785, un grupo de comerciantes de Buenos Aires se constituyó en junta para solicitar a las autoridades la creación de un Consulado que se encargara de promover y facilitar la actividad comercial en la región, de la misma forma en que se hacía en Lima y México. La petición, finalmente, fue aprobada en 1794, creándose por Real Cédula el Consulado de Buenos Aires.

Además de ejercer funciones de tribunal judicial en asuntos comerciales, el consulado tenía otros objetivos de vital importancia para el progreso de la región como ser: procurar “por todos los medios posibles el adelantamiento de la agricultura, la mejora en el cultivo y beneficios de los frutos, la introducción de las máquinas y herramientas más ventajosas, la facilidad en la circulación interior y, en suma, cuanto parezca conducente al mayor aumento y extensión de todos los ramos de cultivo y tráfico”.

En esta tarea tuvo un rol destacado Belgrano, quien, como secretario del Consulado, fue el difusor de las nuevas ideas económicas que circulaban en Europa a fines del Siglo XVIII.

En 1793, el joven Belgrano se recibió de Abogado en la Universidad de Salamanca, pero según relata en sus memorias, no será en el ámbito académico donde adquirió sus mayores conocimientos, sino en el trato diario con pensadores y hombres de letras que conocía en tertulias y reuniones sociales en las que se discutían los acontecimientos que estaban poniendo en jaque al Antiguo Régimen en Europa y Norte de América por aquellos tiempos, lo cuales culminaron en la independencia de Estados Unidos y la Revolución Francesa.

Su participación en aquellos debates, lo llevó a inclinarse por el estudio de la Economía Política, con la lectura de autores como Quesnay, Adam Smith y Campomanes, entre otros. Claro está que estas ideas innovadoras chocaron con la incomprensión e intereses mezquinos de los burócratas rioplatenses de la época.

Todas las reformas que promovió Belgrano desde su puesto de Secretario del Consulado atentaban contra la seguridad y privilegios de una clase acomodada (entre los que se encontraba su padre, quien fuera el que lo recomendó para el Consulado) que sólo pretendía obtener rentas económicas sin hacer ningún tipo de esfuerzo ni aporte para el progreso de la región.

De todos modos, Belgrano, que por aquel entonces promediaba sus veinte años, no se tentó ante la posibilidad de obtener cuantiosos beneficios económicos desde la comodidad de su cargo burocrático, sino que prefirió utilizar la función pública para “fomentar la agricultura, animar la industria (y) proteger el comercio de un país agricultor”.

Su pensamiento estaba guiado por las ideas de los fisiócratas (fisis = naturaleza y cracia = gobierno), para los cuales la agricultura era la base de la riqueza de un país.

Para Belgrano, “la agricultura es el verdadero destino del hombre”, según su visión, la agricultura era sinónimo de progreso y civilización. Obviamente, que esta concepción se oponía a la tradición mercantilista con la que España encaró el proceso de conquista económica de América.

Belgrano concentró su esfuerzo en promover la educación y la agricultura. Gracias a su capacidad analítica pudo ver los obstáculos a los que se enfrentaba la sociedad colonial. Por una parte, señaló como un factor determinante del atraso la falta de educación. Una sociedad que pretendiera salir de la indigencia y la desidia debía promover la educación en todos los niveles y hacerla asequible a todos los sectores sociales. La educación significaba, según su concepción, eficiencia, creatividad, desarrollo del potencial humano y libertad.

El otro factor determinante del atraso, era la ausencia de una sociedad agrícola. La agricultura era sinónimo de civilización, apego a la tierra, trabajo metódico, derechos de propiedad y progreso económico.

Según su visión, la falta de conocimientos y de incentivos a la agricultura habían hecho de la región del Plata, una zona despoblada, sin hábitos de trabajo y sin perspectivas de desarrollo más allá del intercambio generado por el puerto de Buenos Aires por el cual salía la plata de Potosí y los cueros del ganado salvaje; y en el que ingresaban manufacturas provenientes de España.

Desde el Consulado propuso la creación de escuelas de primeras letras en todos los pueblos y ciudades del Virreinato, con el objetivo de desterrar el analfabetismo y la ociosidad de la niñez, además de inculcar el hábito de la agricultura en la población joven.

Pero, además, la educación era el motor del desarrollo de otras áreas de la economía, como ser el comercio y la náutica.

Por ello también impulsó la creación de una escuela de comercio “dividida en tres ciclos: el primero con nociones de contabilidad, reglas de cambio, correspondencia comercial, etcétera; el segundo para enseñar la legislación sobre comercio, navegación, seguros y el tercero con cursos de geografía económica y de economía política”. La escuela de náutica, por su parte, apuntaba al desarrollo de la navegación como medio de transporte esencial para el comercio, el conocimiento de las cartas náuticas y las características de la navegación de los ríos de la región.

Otra iniciativa impulsada desde el Consulado fue la creación de una Sociedad Patriótica, Literaria y Económica del Río de la Plata, con el objeto de impulsar las artes, las ciencias, la literatura, la industria, el comercio y la agricultura. El propio Belgrano se encargó de redactar los estatutos, pero nunca se llegó a reunir una cantidad suficiente de adherentes y el proyecto fracasó.

Como se dijo, la educación y la agricultura fueron los pilares de la acción de Belgrano en el Consulado, pero ello no implica que haya descuidado o no haya impulsado otras actividades como ser: las curtiembres, la inmigración, el desarrollo de caminos y medios de comunicación con el interior, mejoras para el puerto de Buenos Aires y navegación de los ríos interiores, la creación de sociedades económicas, el establecimiento y difusión de periódicos, y el mejor accionar de la justicia comercial.

Lamentablemente, todas estas iniciativas no encontraron una respuesta favorable. Como en tantas otras oportunidades, la clase dirigente prefería quedarse en la comodidad de lo conocido que en emprender iniciativas que fomenten el progreso del país.

Sin lugar a dudas, Belgrano asumió la función pública con el objetivo de servir a la comunidad desde el lugar que le tocara. Visto en perspectiva, su figura cobra mayor relevancia, ya que cuando le tocó salir detrás del escritorio y brindar sus servicios a la patria desde el campo de batalla, lo hizo con igual entrega y sacrificio, aún cuando la milicia no fuera su especialidad. Sería una pena solo recordar al Belgrano militar y creador de la bandera, sin tener presente al Belgrano menos conocido que tenía una visión muy clara de cuáles eran los problemas a resolver para salir del atraso, algo que nos haría mucha falta en el presente.

Su figura fue mucho más allá de la bandera. Su ejemplo debería ser rescatado por las generaciones presentes. Nunca se aprovechó de la función pública para mejorar su situación personal, es más, en muchas ocasiones necesitó pedir dinero a sus amigos para poder comer. “La casa que se mandó hacer en la Ciudadela (en Tucumán cuando comandaba el Ejército del Norte), tenía techo de paja y por todo mobiliario dos bancos de madera, una mesa ordinaria y un catre de campaña con un colchón raquítico y siempre doblado. Se hallaba siempre en la mayor escasez, así es que muchas veces me mandó pedir cien o doscientos pesos para comer. Lo he visto con las botas remendadas...”, como señala Lucía Galvez de acuerdo a un relato de la época.

Nuestro país necesita más gente como él, no sólo por su capacidad de análisis, sino por su entrega cívica y, sobre todo, por su ética del trabajo. Siempre propuso mejorar las condiciones de sus compatriotas, no por medio de la dádiva que humilla y somete, sino por medio de la difusión de la educación y la cultura del trabajo.