PISA 2022: no sigamos negando la realidad

Autor
Edgardo Zablotsky
Medio
Infobae
Mes/Año
7 de diciembre de 2023
Edgardo Zablotsky

La educación argentina hace ya muchos años se encuentra en una crisis que amenaza con deteriorar el capital humano de la sociedad a niveles inimaginables, en un mundo donde dicho capital cobra cada vez mayor importancia

El lunes pasado se hicieron públicos los resultados de las pruebas PISA llevadas a cabo en 2022. Como reporta Infobae: “Más de la mitad de los estudiantes argentinos de 15 años quedaron por debajo del nivel básico en Matemática, Lectura y Ciencias. En Matemática, 7 de cada 10 (72,9%) alumnos no alcanzan niveles básicos, según los resultados difundidos por hoy por la OCDE. Con un puntaje promedio de 378 puntos en esta materia, la Argentina quedó en el puesto 66 de los 81 países o regiones evaluados”. Y agrega que “los desempeños de los estudiantes argentinos se mantienen estables en comparación con la última edición de la prueba, de 2018″.

En febrero pasado publiqué en este mismo espacio una nota titulada igual que la presente, cuyos argumentos resultan hoy de utilidad para intentar interpretar los resultados. Veamos los hechos en mayor detalle.

Desde el año 2000, cada tres años, la OECD, la cual agrupa a los países industrializados, lleva a cabo el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA), con el objeto de analizar hasta qué punto los jóvenes de 15 años, cercanos al final de la educación obligatoria, han adquirido los conocimientos y habilidades necesarios para su inserción en la actual sociedad del saber. El mismo se divide en tres áreas, lectura, matemáticas y ciencias, y se caracteriza por no examinar el dominio de planes de estudios específicos, sino la capacidad de los estudiantes para aplicar los conocimientos y habilidades adquiridas en la vida cotidiana. Argentina toma parte, al igual que otros países latinoamericanos, en carácter de país asociado.

En septiembre de 2022 se llevó a cabo una nueva ronda, con la participación de más de 15 mil alumnos de 461 escuelas secundarias de todo el país. La misma debería haberse realizado en 2021, pero se suspendió en todo el mundo en virtud de la pandemia.

Como señalaba en aquella nota, la evaluación contribuiría a conocer el impacto de la pandemia, pero advertía que “no debemos evaluar los resultados tan sólo en función de este hecho, como seguramente habrá de suceder, pues este espurio análisis será sencillamente una nueva excusa para negar una realidad mucho más tremenda que la reportada por una interpretación literal de los datos”.

¿En qué me basaba para realizar dicha advertencia? En que, posiblemente, los resultados de nuestro país sobrestimarían significativamente el nivel educativo de nuestros jóvenes, dado que es razonable asumir que los miles de estudiantes que abandonaron su escolaridad secundaria durante la pandemia no formaban parte del grupo que hubiese alcanzado los mejores resultados en las evaluaciones, sino todo lo contrario.

Es claro que ello es tan sólo una hipótesis para ser estudiada en profundidad, pero es consistente con el hecho que la pandemia parece haber afectado menos a los países latinoamericanos que a países industrializados y, por ende, no puede ser desechada a priori.

Pero aún este hecho es casi otra excusa que distrae nuestra atención de un tema de mucha mayor significancia y es usualmente negado por nuestras autoridades educativas. La educación argentina ya se encontraba en una profunda crisis antes de estallar la pandemia. Nuestro rendimiento en las distintas rondas de las evaluaciones internacionales PISA a partir de su inicio, en el año 2000, así lo demuestran, por más que sistemáticamente nuestras autoridades han cuestionado la evaluación y sus implicancias, utilizando las más variadas y absurdas explicaciones.

Es claro que la creatividad es remarcable y que existe una sola constante: la educación argentina hace ya muchos años se encuentra en una crisis que amenaza con deteriorar el capital humano de la sociedad a niveles inimaginables, en un mundo donde dicho capital cobra cada vez mayor importancia.

Por ello, como cerraba aquella nota de febrero pasado: “Es imprescindible acordar que la educación debe ser una política de Estado. De lo contrario, los años pasarán y las más absurdas explicaciones continuarán escuchándose al conocerse los resultados de cada nueva ronda de PISA en la cual la Argentina decida participar. Seguramente, hacia fin de año lo habremos de experimentar nuevamente”.

Es claro que el poder predictivo al respecto no puede haber sido más certero.