“La democracia no ha sido capaz de resolver los conflictos sociales en América Latina”

Autor
Constanza Mazzina
Medio
Infobae
Mes/Año
16 de septiembre de 2023
Constanza Mazzina

 

En un contexto de polarización ideológica y ascenso de los autoritarismos, la politóloga Constanza Mazzina brinda su perspectiva sobre la actualidad y el futuro de la región. La directora de la Licenciatura en Ciencia Política de la UCEMA y coordinadora académica de DemoAmLat analiza los principales retos que enfrenta la democracia en esta parte del continente

Durante su carrera profesional, Constanza Mazzina se ha especializado en procesos electorales y en la calidad de la democracia en América Latina. “Lo que más me preocupa del deterioro democrático es que la democracia no ha sido capaz de resolver los conflictos en la región”, asegura, en diálogo con DEF, la politóloga de la Universidad Católica Argentina (UCA) que cuenta con una maestría en Economía y Ciencias Políticas en ESEADE. Afirma, por otro lado, que “la grieta ideológica es una bomba de tiempo que puede explotar en cualquier momento”.

-¿Estamos en el peor momento en cuanto a la calidad de las democracias latinoamericanas desde la ola democratizadora de los años ochenta del siglo XX?

-La transición de los años ochenta nos dejó una definición de democracia reducida solamente al proceso electoral. Ahora bien, la celebración de elecciones es una condición necesaria, pero no suficiente para el funcionamiento de la democracia. Ese proceso no se consolidó, y yo diría que a partir de 2014 y 2015 asistimos a un deterioro democrático. Podemos comprender la democracia como una forma de llegar, pero también debemos entenderla como una manera de irse del poder. Parte del juego democrático es lo que Adam Przeworski llama “la épica de los perdedores”, esto es, saber aceptar la derrota y presentarse en la siguiente contienda.

-¿Cómo se expresa este deterioro de las democracias en la región?

-Ha habido una erosión sistemática de las instituciones democráticas desde adentro. Sin embargo, a diferencia del siglo XX, no podemos determinar una fecha de muerte de las democracias, como ocurría con los golpes de Estado. Lo que más me preocupa del deterioro democrático es que estamos perdiendo aquello que habíamos recuperado en los años ochenta: la democracia como una forma de resolver conflictos sociales. Hoy eso no se está logrando; los actores políticos traban la resolución de conflictos. Al deslegitimar al ganador de las elecciones, ponen en tela de juicio las reglas de juego básicas y ponen en riesgo la propia supervivencia de la democracia.

UNA SOCIEDAD DISCONFORME

-Según un informe de Latinobarómetro, a la pregunta sobre si “la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno”, solo el 49 % de los encuestados responde afirmativamente. ¿Cómo analiza ese dato?

-Antes de aparecer el dato sobre preferencias respecto de la democracia y los autoritarismos, Latinobarómetro ya venía registrando la gran apatía de la ciudadanía. Hay, claramente, un cambio generacional, y ya no existe un recuerdo tan fuerte de lo que fueron las dictaduras latinoamericanas de los años setenta. Esa población parte de una mala concepción de la vida democrática.

El problema, también, es qué dijimos que era la democracia. Si, tal como decía Alfonsín, “con la democracia se come, se cura y se educa”, tenemos un problema. La realidad es que esa democracia no llegó a la mayoría de los latinoamericanos. La otra cuestión es que en los últimos 20 años, la política latinoamericana gira siempre en torno a los mismos actores. En el contexto de esta falta de renovación, las actuales clases dirigentes tampoco saben interpelar a un joven de 16 o 20 años. Los partidos políticos, tanto los de izquierda como los de derecha, no se democratizaron internamente y repiten prácticas de nepotismo, pagos de favores y enriquecimiento en el ejercicio del poder. Es importantísimo recuperar una ética en el manejo de la cosa pública. El Estado no puede seguir siendo un coto de caza.

-En ese contexto de inestabilidad y polarización, ¿la finalización anticipada del mandato presidencial se convierte en un “fusible”?

-Si lo analizamos en perspectiva histórica, a partir del año 2000, comenzamos a ver el problema de las “presidencias interrumpidas”. Se aceleran los conflictos entre poderes y las tensiones entre el Ejecutivo y el Legislativo. Ahí tenemos, por un lado, un claro deterioro democrático y, por otro lado, un problema de diseño institucional y de cómo entendemos el presidencialismo.

No logramos el equilibrio de poder que debería estar en la base del sistema. Es cierto que, a través del juicio político o la declaración de vacancia presidencial, como sucedió en Perú, se evitó el golpe de Estado. También tuvimos casos de quiebre democrático sin golpe, como sucedió en Venezuela y Nicaragua. Abrimos la caja de Pandora. La América Latina de 2023 es una región más turbulenta, convulsionada e incierta que la de fines del siglo XX. Países que mostraban cierta estabilidad institucional, como Colombia y México, también están generando incertidumbre acerca del propio modelo democrático y de su sistema de partidos.

GRIETAS Y FRAGMENTACIÓN POLÍTICA

-En un artículo que publicaron con Santiago Leiras, parafraseando el clásico de Charly García que recitaba “La alegría no es solo brasilera”, ustedes afirmaban: “La grieta tampoco es solo argentina”. ¿Qué consecuencias tiene esa grieta que atraviesa a la mayoría de los países latinoamericanos?

-De izquierda a derecha, la amplitud es tan grande que se pierde el centro y la moderación. Hoy tenemos países quebrados. Se enfrentan dos modelos de país completamente diferentes. Para nuestras clases dirigentes, el gran desafío es cómo construir consensos o sostener la unidad nacional. En muchos países, la grieta ideológica se expresa también territorialmente, dentro de los propios países, lo que la convierte en una bomba de tiempo que puede explotar en cualquier momento.

-¿Cómo impacta esto a nivel de los mecanismos de diálogo político regional y en la ausencia de la región en el concierto internacional? ¿Pudimos verlo en la pandemia y en la falta de una posición latinoamericana frente a la guerra en Ucrania?

-La permanente fragmentación política latinoamericana evita la construcción de espacios regionales de concertación política. Hoy la grieta y los autoritarismos en América Latina tienen afinidades ideológicas con autocracias como las que conducen China y Rusia. Ese paraguas de protección geopolítica también impacta en la falta de definición o en la construcción de una narrativa para justificar los abusos de esos regímenes. Con respecto a la pandemia, la grieta ideológica y el alineamiento geopolítico también influyeron en la adquisición de las vacunas.

-¿Cuál es su perspectiva sobre el futuro político de la región y, en ese marco, qué representan los nuevos liderazgos antisistema?

-Hay un electorado que históricamente vota personas y no ideas. En el antisistema está claro que el candidato no se atiene a las reglas democráticas. No soy optimista con la actual clase dirigente y entiendo que el cambio tiene que venir de abajo hacia arriba, desde la ciudadanía hacia los actores políticos que hoy gobiernan. Tengo la ilusión de que los jóvenes construyan nuevos modelos de ciudadanía, diferentes a los nuestros. En ese sentido, me genera cierta esperanza que ellos tengan nuevos canales de información, aunque también es cierto que pueden convertirse en redes de desinformación. Y la propia sociedad civil está generando nuevas formas de organización, como vimos durante la pandemia en Argentina con Padres Organizados que reclamaban la reapertura de las escuelas y, en otro orden, el reclamo de la sociedad civil a la dirigencia política por la boleta única y la “ficha limpia”.