Así quedó el mapa político regional tras el triunfo de Orsi en Uruguay
El triunfo de Orsi marca la reconquista del poder por parte del Frente Amplio en un contexto regional de descontento con los oficialismos; en Uruguay, estabilidad y rechazo a los extremos
Con el flamante triunfo de Yamandú Orsi en las elecciones del domingo en Uruguay, la izquierda latinoamericana recuperó una pieza del rompecabezas en el mapa regional. Se sumó así a una tendencia de los últimos años en América Latina de gobiernos que no logran retener en el poder, que había empezado a ponerse duda tras varios triunfos oficialistas durante el último año.
Orsi, representante del Frente Amplio, de centroizquierda, y considerado el “hijo político” del expresidente José Mujica, venció al oficialista Álvaro Delgado por un margen de más de 95.000 votos. Así lo indicaron los resultados de la Corte Electoral tras el escrutinio de los circuitos.
Los líderes regionales de izquierda festejaron el triunfo del uruguayo casi como propio, como una consolidación del progresismo en el sur y un alivio de cierta estabilidad a sus propios gobiernos.
Con el triunfo de Orsi, ahora seis de los 10 países de América del Sur tendrán gobiernos de izquierda (Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Uruguay, Venezuela) y tres, de derecha (la Argentina, Ecuador y Paraguay). Perú se mantiene como un caso atípico con Dina Boluarte, que llegó al poder como vicepresidente de un gobierno de izquierda pero desde que asumió está bajo debate su orientación política.
Según distintos analistas, lo que ha marcado a los procesos políticos regionales durante los últimos años no ha sido tanto una tendencia hacia la izquierda o la derecha, sino una dificultad de los oficialismos para mantener el poder.
“Es más una tendencia de rechazo que otra cosa... gente buscando una alternativa”, indicaba Michael Shifter, del think tank Diálogo Interamericano.
Este malestar fue motivado en gran parte por la crisis económica, profundizada por la pandemia de Covid-19. La región, una de las más afectadas, vio cómo la pobreza y la desigualdad se intensificaban, lo que generó un sentimiento de abandono y rechazo hacia la clase política. Según un informe de Latinobarómetro, una organización sin fines de lucro que investiga el desarrollo de la democracia, la economía y la sociedad, la insatisfacción con la democracia ha ido creciendo, alcanzando el 70% en 2020.
“Se ve un contexto económico muy distinto al de la ola ´rosa´ de izquierda de los 90 y principios de los 2000, por lo que los liderazgos se encuentran en una situación más frágil y la posibilidad de llevar adelante políticas sociales expansivas va a ser menor”, indica en diálogo con LA NACION Juan Negri, director de las carreras de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Universidad Torcuato Di Tella.
“Todo parece indicar que estamos frente a una ola de crisis del oficialismo, donde los gobiernos han sufrido fracturas internas como en el caso de Bolivia o el de Perú, por lo que no lo categorizaría estrictamente como una ola ”, dice Negri.
“Así como desde 2019 la ola antioficialista viene golpeando a los gobiernos de derecha, eventualmente puede tener un efecto rebote y terminar afectando a los de izquierda actuales. Pero falta para hablar de un ciclo político consolidado”, dice Negri.
Los especialistas resaltaron también que en las recientes elecciones presidenciales en Uruguay y municipales Chile se ha visto una inclinación por ofertas políticas moderadas.
“Hoy por hoy, no hay una ola regional con un signo político determinado, habrá que ver qué sucede el año próximo en Ecuador, Chile y Bolivia”, indica a LA NACION Ignacio Labaqui, analista político y profesor de la UCA y la Ucema.
“Los extremos tuvieron malos resultados. En Uruguay Cabildo Abierto hizo una peor elección que la de 2019 en Uruguay. Y por el lado de la izquierda, ganó la interna el candidato más moderado, y a la vez, el plebiscito que se impulsó para hacer una contrarreforma previsional también fracasó”, indica Labaqui.
Algo similar sucedió con las elecciones regionales chilenas, donde el domingo se eligieron gobernadores y alcaldes. “Tanto por derecha como por izquierda le fue mejor a las opciones moderadas”, dice Labaqui.
A diferencia con lo sucedido en años anteriores, “este año hubo más continuidades que alternancias”, afirma Labaqui, en contraposición con lo sucedido el domingo en Uruguay.
“Los candidatos-presidentes que buscaron la reelección lo consiguieron [Nayib Bukele, en El Salvador, y Luis Abinader, en República Dominicana], del mismo modo que el partido en el poder [Morena, en México y el Partido Colorado, en Paraguay]”, asegura Flavia Freidenberg, politóloga argentina, investigadora del Instituto de Investigaciones Jurídicas, de la Universidad Nacional Autónoma de México.
A diferencia de lo que ha sucedido en otros países de la región donde se han abierto camino outsiders, los cambios en Uruguay son graduales. En sistemas más estables como este, la mayoría de la población demuestra su disconformidad pero busca alternativas dentro de las opciones tradicionales. “La gente busca un cambio, pero no lo hace por fuera del sistema”, dice el politólogo Daniel Buquet, que explica que la solidez del sistema de partidos es similar al de la mayoría de los países europeos.
Mayor polarización ideológica
“Que haya alternancia es algo propio de la democracia. Lo interesante es cuando lo que vemos es no solo alternancia, sino mayor polarización ideológica, surgimiento de líderes populistas por derecha o izquierda y cambios fuertes en los sistemas de partidos”, afirma Labaqui.
“La crisis de representación, el debilitamiento de la política tradicional y la emergencia de nuevos actores como alternativas dentro del sistema” son algunas de las explicaciones de este fenómeno, dice Freidenberg. A su vez, entiende que el descontento general con la clase política fue el caldo de cultivo para que líderes antipolítica llegaran al el poder.
Aunque en México y en El Salvador haya triunfado la continuidad (ya sea del propio candidato o del partido), la elección de Sheinbaum o la reelección de Bukele también son “alertas dentro del sistema político de la preferencia de la ciudadanía de una nueva forma de hacer política que busca diferenciarse de las elites partidistas tradicionales, que no han conseguido responder a las demandas y necesidades de bienestar de la ciudadanía”, afirma Freidenberg.
Uruguay podría ser vista como un oasis frente a los extremismos que vienen liderando los ciclos políticos mundiales, como el auge de la extrema derecha en Europa, el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos y la victoria de Javier Milei en la Argentina. Por el contrario, la polarización suprema parece no tener lugar en el pueblo charrúa. “En este sentido Uruguay marcha a contracorriente (al menos en materia de elecciones presidenciales) porque el sistema de partidos es más estable y la competencia es centrípeta, no centrífuga ”, dice Labaqui.