‘El 18 Brumario de Pedro Castillo’

Autor
Ignacio Labaqui
Medio
Perfil
Mes/Año
10 de diciembre de 2022

Karl Marx escribió al comienzo de El 18 Brumario de Luis Bonaparte que la historia se repite, la primera vez como tragedia y la segunda como farsa. Se trata justamente de un libro acerca de un autogolpe, el que perpetró Luis Napoleón Bonaparte –luego Napoleón III–, sobrino del emperador, en 1851. La frase de Marx no es inocente: medio siglo antes que su sobrino, Napoleón había también dado un golpe de Estado, poniendo fin al Directorio y preparando el terreno para auto-coronarse cinco años después como emperador. Los acontecimientos de la semana pasada en Perú convalidaron con una asombrosa exactitud la afirmación de Marx.

El miércoles pasado Pedro Castillo anunció a través de un mensaje televisado el establecimiento de un gobierno de Excepción, el cierre temporal del Congreso, la convocatoria a elecciones para elegir un nuevo Congreso con facultades constituyentes, la imposición de un toque de queda y la intervención del Poder Judicial. El mensaje de Castillo no puede sino recordar al Fujimorazo de abril de 1992. En aquel entonces, el presidente Alberto Fujimori, también a través de un mensaje televisivo anunció básicamente lo mismo que Castillo esta última semana, invocando –a través de un mensaje bastante más extenso, por cierto– las mismas causales.

El Fujimorazo fue una tragedia. A través de un autogolpe de Estado instauró luego de la celebración de una asamblea constituyente un autoritarismo competitivo, sobre el que pesan graves violaciones de derechos humanos, por las cuales hoy el ex presidente Fujimori y su eminencia gris, el siniestro Vladimiro Montesinos, cumplen una condena de prisión. Fujimori contó con el apoyo de las Fuerzas Armadas. Su acción el 5 de abril de 1992 fue rápida y efectiva. Los principales dirigentes opositores fueron arrestados, con excepción de aquellos que tuvieron el recaudo de salir rápidamente del país. El cierre del Legislativo contó a su vez con la aprobación del 80% de la ciudadanía. 

El 18 Brumario de Pedro Castillo fue una verdadera farsa, cuyo guion bien podría haber sido escrito por los hermanos Coen para una secuela de Quémese después de leerse. El anuncio presidencial no fue respaldado por casi la totalidad de su gabinete de ministros. Las Fuerzas Armadas, la Policía y el Poder Judicial le dieron la espalda a Castillo. La opinión pública le dio también la espalda. Castillo cuenta con elevados niveles de rechazo (justo es decir que el Poder Legislativo, y por buenas razones, también es igualmente impopular). El Congreso, que esa misma tarde debía votar una nueva moción de vacancia por incapacidad moral para remover a Castillo pudo sesionar sin ningún inconveniente. De hecho, el mensaje del expresidente logró que el Legislativo anticipara la hora de la sesión y que la moción de vacancia fuera respaldada por un mayor número de legisladores al esperado. A comienzo de la semana pasada las chances de remoción de Pedro Castillo eran altas, pero aún había cierta dosis de incertidumbre acerca de la capacidad de alcanzar los 87 votos necesarios para destituir a Castillo. El mensaje presidencial logró que 101 de los 130 miembros del Congreso votaran por su remoción. El autogolpe de Fujimori alumbró un régimen autoritario que se sostuvo ocho años en el poder. El 18 Brumario de Pedro Castillo apenas si duró cuatro horas. 

Que Pedro Castillo haya intentado semejante torpeza es sorprendente y solo puede atribuirse a su falta de experiencia política. Que no haya logrado concluir el mandato no debe tomar a nadie por sorpresa. Más bien es asombroso que haya podido sobrevivir tanto tiempo en el cargo. 

¿Por qué a nadie debería sorprender el colapso presidencial en el Perú? No tanto por las remociones de Pedro Pablo Kuczinsky en 2018 y Martín Vizcarra en 2020. A nadie debería tomar por sorpresa la salida anticipada de Pedro Castillo porque se trata de un fenómeno que ha sido ampliamente estudiado por la Ciencia Política latinoamericana en los últimos veinte años. 

Hasta la transición democrática de los 80, usualmente los presidentes no concluían su mandato removidos por golpes de Estado perpetrados por la totalidad o una facción de las Fuerzas Armadas. Tras la tercera ola de democratización los golpes de Estado militares exitosos han sido la excepción antes que la regla. Así y todo, más de veinte presidentes latinoamericanos no han podido concluir su mandato. Ya no hay inestabilidad de régimen, sino inestabilidad de gobierno. 

Hay quienes atribuyen esta inestabilidad a ciertos rasgos del régimen presidencial, particularmente como señaló hace ya tiempo Juan Linz, los mandatos fijos del Ejecutivo y el Legislativo, la propensión al bloqueo cuando el primero no cuenta con mayoría parlamentaria y la competencia de legitimidad entre instituciones originadas en el voto popular. Sin embargo, la mirada de Linz es un tanto parcial. ¿Qué sabemos de los colapsos presidenciales? Entre otras cosas, que tienen mayor propensión a ocurrir bajo gobiernos minoritarios. ¿Cuál es la solución? El presidencialismo de coalición que con éxito ha funcionado en distintos países de la región. 

Castillo difícilmente iba a concluir su mandato. El autogolpe solo aceleró las cosas. Elegido como candidato muleto de Perú Libre –cuyo líder Vladimir Cerrón estaba impedido de competir por la presidencia por una condena por corrupción– con tan solo el 19% de los votos en primera vuelta y un ajustado triunfo en el ballottage, Castillo no tenía respaldo popular, no contaba con un mandato social fuerte, no disponía de un partido propio y mucho menos de una mayoría legislativa. 

La derecha peruana por cierto apostó a este final desde el día 1° del mandato de Castillo, justo es decirlo. Una réplica del comportamiento desplegado en 2016 tras la derrota en segunda vuelta ante PPK. En ambas ocasiones Keiko Fujimori consideró que le habían robado la elección y montó una oposición recalcitrante frente a quienes la derrotaron en las urnas. 

Sin embargo, Castillo, antes que intentar ampliar su base de sustentación, optó por cerrarse en un núcleo íntimo de colaboradores e intentar sobrevivir mediante la compra de votos de algunos congresistas de partidos de centro, una fórmula bastante precaria. 

En un artículo de 2015 Scott Mainwaring y Aníbal Pérez Liñán sostienen que uno de los factores que explican las distintas trayectorias de las democracias latinoamericanas luego de la tercera ola de democratización es la calidad del liderazgo. Los sucesos ocurridos en Perú parecen darles plenamente la razón.