PISA 2022: no sigamos negando la realidad
La educación argentina hace ya muchos años se encuentra en una crisis que amenaza con deteriorar el capital humano de la sociedad a niveles inimaginables
Desde el año 2000, cada tres años, la OECD, la cual agrupa a los países industrializados, lleva a cabo el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA), con el objeto de analizar hasta qué punto los jóvenes de 15 años, cercanos al final de la educación obligatoria, han adquirido los conocimientos y habilidades necesarios para su inserción en la actual sociedad del saber. El mismo se divide en tres áreas, lectura, matemáticas y ciencias, y se caracteriza por no examinar el dominio de planes de estudios específicos, sino la capacidad de los estudiantes para aplicar los conocimientos y habilidades adquiridas en la vida cotidiana. Argentina toma parte, al igual que otros países latinoamericanos, en carácter de país asociado.
En septiembre pasado se llevó a cabo una nueva ronda, con la participación de más de 15 mil alumnos de 461 escuelas secundarias de todo el país. La misma debería haberse realizado en 2021, pero se suspendió en todo el mundo en virtud de la pandemia. Sus resultados serán dados a conocer por la OECD en diciembre de este año.
Es claro que la evaluación contribuirá a conocer el impacto de la pandemia y, de sobremanera, las consecuencias de la estrategia adoptada por nuestro gobierno para enfrentarla; pero no debemos evaluar los resultados tan sólo en función de este hecho, como seguramente habrá de suceder, pues este espurio análisis será sencillamente una nueva excusa para negar una realidad mucho más tremenda que la reportada por una interpretación literal de los datos.
Al fin y al cabo, ¿quién puede dudar de lo que habrá de acontecer? Es trivial, es fácil predecirlo, los mismos impactarán, no por lo sorpresivos, sino por su contundencia. Pero lo peor del caso es que sobrestimarán significativamente el nivel educativo de nuestros jóvenes, dado que es razonable asumir que los miles de estudiantes que abandonaron su escolaridad secundaria durante la pandemia no formaban parte del grupo que hubiese alcanzado los mejores resultados en las evaluaciones, sino todo lo contrario.
Pero aún este hecho es casi otra excusa, la cual distrae nuestra atención de un tema de mucha mayor significancia, el cual es usualmente negado por nuestras autoridades educativas. La educación argentina ya se encontraba en una profunda crisis antes de estallar la pandemia; por ende, las políticas llevadas a cabo durante casi dos años para enfrentar la emergencia sanitaria han potenciado dicha realidad, no la ha provocado. Nuestro rendimiento en las distintas rondas de las evaluaciones internacionales PISA a partir de su inicio, en el año 2000 así lo demuestran, por más que sistemáticamente nuestras autoridades han cuestionado la evaluación y sus implicancias.
En diciembre de 2019, al hacerse públicos los resultados de la ronda 2018 de PISA, publiqué en este mismo espacio una nota titulada: “Pruebas PISA: Todo es igual, nada es mejor”. En la misma reporté las más variadas y absurdas explicaciones que escuchamos de nuestros gobernantes en cada nuevo diciembre en el cual los resultados de PISA se hacen públicos. Es claro que la creatividad es remarcable y que existe una sola constante: la educación argentina hace ya muchos años se encuentra en una crisis que amenaza con deteriorar el capital humano de la sociedad a niveles inimaginables, en un mundo donde dicho capital cobra cada vez mayor importancia.
Cuando el mundo perdió la razón, cuando se dejaron de evaluar los costos futuros de las políticas adoptadas para enfrentar el COVID-19, nuestro país no fue la excepción, sino tristemente, todo lo contrario. En la Argentina, nuestros niños y jóvenes, de sobremanera aquellos pertenecientes a las familias más desfavorecidas económicamente, fueron las víctimas inocentes de las decisiones tomadas por nuestro gobierno para enfrentar la pandemia.
Pero ello no debe hacernos perder de vista el tema de fondo, más allá del dolor y la vergüenza que nos genera lo acontecido durante los años de pandemia. Es imprescindible acordar que la educación debe ser una política de Estado. De lo contrario los años pasarán y las más absurdas explicaciones continuarán escuchándose al conocerse los resultados de cada nueva ronda de PISA en la cual la Argentina decida participar. Seguramente, hacia fin de año lo habremos de experimentar nuevamente.